15 julio 2008

La poesía es parte de la sociedad


Dice Octavio que en Latinoamérica los intelectuales somos la catástrofe entre otras cosas porque defendemos las revoluciones que a él no le gustan…
(De Somos la catástrofe, Mario Benedetti)


De la poesía se han dicho y hecho tantas definiciones, por su puesto, circunscritas a una época histórica. Inclusive alrededor de una clase social: “la llena de privilegios”. Pues bien, ahora anotemos esta: “La poesía es la síntesis excelsa del lenguaje, por ello la expresión máxima que se puede hallar en la literatura”. Obviamente, la poesía tiene su cimiento en la vida y en la cosmovisión que el creador -el poeta- tiene de la realidad social, cultural, política, etc. En la que desarrolla sus actividades como ser social. Mas no se debe olvidar, es creación intelectual, espiritual, y por qué no decirlo social. Requiere dedicación, compromiso, concentración y voluntad. También por todo esto es arte.

Con estas ideas expuestas en un contexto general, vayamos a lo concreto. Si el poeta es parte de la realidad social, mejor dicho de la sociedad, por qué no dejarlo que asuma un rol protagónico en la difusión de la cultura y que la poesía sea un arma, un instrumento mediante el cual se cree buenos ideales en los diferentes grupos sociales.

Urge llegar a un consenso y plantear nuevamente o retomar lo ya legado por los que ya se fueron: hacer de la poesía un instrumento, una vía accesible que conduzca al bien espiritual y social de las grandes mayorías; a las que por muchas razones los empresarios televisivos, radiales y de los periódicos les crean sólo consumismo y les regalan programas o páginas llenas de vulgo con verdades tergiversadas. Además las transnacionales aliadas con el gobierno invierten en una publicidad y propaganda embrutecedora de las mentes de aquellos seres que todavía no han alcanzado a desarrollar la capacidad analítica y crítica.

El objetivo de los poetas debe ser llegar a las masas, y ayudarles alejarse de los daños irreparables que la propaganda difundida por tantos medios (televisión, radio, periódicos, Internet, etc.) producen en el hombre. En el siglo pasado muchos poetas quisieron hacer algo por democratizar la cultura, otros simplemente se aprovecharon de las masas para alcanzar protagonismo y fama, otros pocos nos han legado un buen ejemplo. Eso de buscar la fama no debe suceder e ninguno de nosotros los que apostamos por la libertad verdadera. Entonces actuar sí, “sobonear” a los regímenes no.

La poesía a estas alturas donde la deshumanización del hombre es más feroz a pesar de todas las comodidades que tienen los menos, es decir, los dueños del planeta. Debe ser por última vez un canto combativo a humanizar al hombre. Nada que odas al mar, a las noches de luna, a las musas de mal corazón. Sino se hace un canto dirigido a la criatura ya no tiene razón la poesía. Para mí es requisito fundamental, como lo es la metáfora en la poesía, no bombardear creencias, ni dinamitar ciudades, ni imponer dioses. La poesía debe adecuarse a la realidad social–histórica de cada pueblo, llegar la dignidad humana diciendo la alegría del alma, las lágrimas, la realidad natural de las piedras, de los ríos y caminos, paisajes y cordilleras. Los premios, la fama publicitaria, debe dejarse de lado, el objetivo es salvar a la tierra y en ella al hombre, a la fauna y a la flora. La poesía también debe alejar al creador, y al lector de ser una mercadería comprable por el poder económico y cultural que dominan a este mundo mayoritariamente inexorable.

En 1947, el filósofo del existencialismo Jean Paul Sartre (Francia, 1905 - 1980) escribía: “no queremos avergonzarnos de escribir, y no tenemos ganas de hablar para no decir nada. Aunque quisiéramos no podríamos hacerlo; nadie puede hacerlo [...]. Si en ciertas épocas dedica [el autor] su arte a fabricar chucherías de inanidad sonora, eso mismo es un signo; indica que hay una crisis en las letras y, sin duda en la sociedad, o que las clases dirigentes lo han empezado sin que lo advirtiera hacia una actividad de lujo, por medio de que fuera a engrosar las filas revolucionarias”.

Testimoniar el mundo, esa es la raíz del compromiso Sartreano, para quien el escritor, en tanto hombre que lo asume, es responsable de todo: de guerras perdidas o ganadas, de revueltas y represiones; cómplice de los opresores o aliado natural de los oprimidos. Del mismo modo, afirmaba Sartre en ¿Qué es escribir?, que la función del escritor consiste en “obrar de modo que nadie pueda ante el mundo decirse inocente”.

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