09 mayo 2009

A favor de la política peruana

Me divierten los políticos, especialmente, los peruanos; porque tienen ese prodigioso don –sin proponérselo– de asegurar la existencia de las caricaturas en casi todos los diarios, porque, evidentemente, los políticos ponen la materia prima o el talento. Dicho en buen cristiano, se encargan de joderla y meter las cuatro hasta el fondo. Por ello, puedo decir, con toda seguridad, que me encanta la política peruana, ya que sin las sátiras humorísticas, las páginas políticas serían totalmente aburridas.

Me entretiene la política peruana por razones simples, entre ellas, leer a “Heduardo” (Eduardo Rodríguez) “Carlín” (Carlos Tovar), Alfredo Marcos, Juan Acevedo y a tantos otros es, indudablemente, uno de los pocos placeres que ya se encuentran en los periódicos. Pero, si de agradecer se trata, también se hace necesario un justo reconocimiento al electorado nacional –en el que me incluyo–, que siempre vota mal. Por ello, ¡por favor!, nunca cambien muchachos y, como dice “Heduardo”, si algún día lo hacen, que sea para peor.

Me fascina la política peruana y todos aquellos que hacen posible su existencia, porque puedo odiar gratuitamente y no sentirme un miserable por albergar ese repugnante sentimiento. Y, más aún, no sentiría vergüenza, ya que puedo argumentar que mi exacerbado hastío se sustenta en la forma en que nos gobiernan o, como dice el buen Jorge, nos desgobiernan.

Me encanta la política peruana porque –me imagino que no lo saben ustedes– es tan fácil saber a qué se dedicaban los políticos antes de ingresar a la política. Les doy algunas alternativas: a) ladrones; b) estafadores; c) encantadores de víboras; d) charlatanes o fanfarrones; y e) Todas las anteriores. Aunque, es posible que todos cumplan –y no debería sorprendernos– con la última alternativa.

Adoro la política peruana y a los políticos por lo predecibles que son. Es tan fácil adivinar qué quieren o qué pretenden, según el calendario. Por ejemplo, si no es época de campaña, lo mejor es hacerse el “muertito” e incrementar brutalmente la aprobación de la gestión. Por el contrario si estamos en plena efervescencia de la contienda electoral, lo ideal es bailar reggaeton, improvisando algunos pasitos como “el teteo”. En cambio, si la consigna es re-reelegirse, lo mejor es alucinarse Bob el constructor y destruir literalmente toda la metrópoli. O, peor aún, si de llegar a ocupar una curul se trata, lo que inobjetablemente se debe hacer es enarbolar el discurso de la reivindicación de los oprimidos, aunque en el fondo piensen como un conocido padre de la patria: “aquí es el bienestar de nosotros primero, antes de trabajar por el bienestar del país”

Finalmente, me gusta la política peruana y los políticos porque para conocer la hipocresía basta mirarlos a la cara. Espero, está “apología” de mi parte sirva como el merecido reconocimiento a tan loable y plausible labor que realizan: joder la patria y asegurarse de que, en el futuro, mis hijos los aborrecerán tanto como yo.


Lee el en contra de la política peruana de Jorge Edin.


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