12 mayo 2009

¿Q.E.P.D. el papel?


Amazon anunció recientemente la salida de un nuevo integrante de la familia de lectores de e-books, el famoso Kindle DX, que entre otras características, tiene una enorme pantalla aproximadamente 2.5 veces más grande que la pantalla normal de su predecesor. En otras palabras, y para los ultra-conversos al sistema binario, se trata de la gran amenaza que sería la partida de defunción del papel.
Indudablemente, parece inminente que el futuro de la lectura estará dominado por las pantallas. Aunque suene prematuro decirlo –y hasta parezca profecía apocalíptica bamba– es evidente que el algún momento no muy lejano no será raro ver a alguien con su reader de e-books andar tranquilamente por la calle.
Pero qué pasará con los que aprendimos y amamos leer en el papel. Aún no lo sé, pero Xavier Velasco hace una lista interesante de lo que no se podrá hacer con los e-books, pero sí con los libros -de papel valga la aclaración-.


Imprimirle millares de huellas digitales.
Forrarlo de papel manila morado.
Sacarlo del agua y todavía leerlo.
Ocultar fotos viejas entre sus páginas.
Abrirlo en una página al azar.
Quitarle con lujuria la envoltura de plástico.
Usar algún separador coqueto.
Saber a simple vista si ha sido leído.
Promoverlo quemando la primera edición en una plaza pública.
Darse el gustazo de comprarlo en pasta dura.
Preservar los ahorros a salvo de los ojos de los palurdos.
Enviarlo por correo con una carta perfumada dentro.
Hacer de su portada seña de identidad.
Apilarlo con otros: escultura fugaz.
Ensalivar sus hojas, hasta que se deshoje.
Guardarlo en una caja, ya deshojado.
Pagarse el lujo de reencuadernarlo.
Arrancarle algún prólogo infumable.
Fumárselo.
Leerlo cuasientreabierto, para no maltratarlo.
Imprimirle la huella de un beso en la última página.
Ahorrar mediante la edición de bolsillo.
Camuflarlo bajo la cubierta de un catecismo.
Toparse con un cheque sin cobrar dentro de la solapa.
Cambalacharlo en una librería de viejo.
Despatarrarlo un poco, de los puros nervios.
Lanzarlo en llamas a la casa del autor.
Envenenar sus hojas con pétalos cautivos.
Leerlo durante un baño de burbujas.
Olisquear el perfume de su última lectora.
Masajear las encías de un cachorro bibliófago.
Olvidarlo en un tren y comprarlo otra vez, sin mayor drama.
Aplastar a un mosquito impertinente.
Inspirar más incisos de esta lista de atavismos.

1 comentarios:

Pablo dijo...

Justo el Lunes en Peru21 me parece, Alonso Cueto hablaba de algo parecido, y con nostalgia me gustaría agregar a la lista (que el menciono) el olor al papel y la sensualidad del tacto.
Terminaba diciendo que los libros y esta pantalla podrian coexistir unos 50 o 100 años, pero a la larga, romanticismos aparte, una pantalle de un centimetro de grosor reemplazara a una ruma de libros en la mesa de noche.

Posiblemente sea cierto, pero para entonces los nuevos romanticos de entonces seran otros, que tal vez ya vean a un libro como algo raro y para ellos lo más cotidiano sea la pantallita. Para nosotros siempre será un sacrilegio por decirlo de alguna manera.