21 junio 2009

A lo hecho pecho papá

A medida que pasa el tiempo uno no puede evitar pensar si la mujer con la que uno esta realmente es la que durara por lo menos unos 10 años, no hablemos de más porque la imaginación no me da para tanto, supongo que se enriquecerá con el tiempo y con la vida y llegara un momento en el que diga y piense el tan famoso, "para siempre".

No necesariamente planes que uno comenta con la chica, sino episodios de instantes que emergen desde nuestras mentes mientras vivimos algún acontecimiento en el que tal vez nos gustaría vernos como protagonistas, ya sea llevar al hijo al fútbol los domingos, salir a la playa, campamentos, actuaciones en su colegio, etc.

Pensaba o pienso que mi edad para ser papá ya era demasiada, siempre quise ser un papá joven, equivocadamente deseaba tener un hijo o una hija a los 20 o 22 años como máximo, pasado ese tiempo esas ideas así como los acuerdos o sueños se iban diluyendo, con miradas esquivas, reclamos, soledad y muchos otros sentimientos desagradables.

Luego de eso, pienso, la mayoría de veces al menos, que tener un hijo a mi edad, es algo cojudo, un hijo es una carga tan grande que se vuelca en tus espaldas como algo insoportable, pesado como un plomo nunca deja despegar, quita tiempo, malogra el matrimonio y la intimidad de pareja, es un gran egreso y no es como muchos piensan una inversión, es más, algunas veces también equivocadamente (a mi parecer), se piensa que un hijo va a ser una compañía. Gran error.

Un hijo es la peor compañía que pueda existir, es incluso peor que un perro, un gato o cualquier mascota. Un hijo se larga, un hijo es ingrato y un hijo olvida. Tener un hijo en la juventud y jodido como estoy, es de lejos, un grandísimo error.

Obviamente doy por descontado que el tener un hijo, un bebé, un cachorrito como dirían algunos, es por decir lo menos, lo peor que a uno le puede pasar, y que fuera de dudas no presenta beneficio alguno para los padres. No veo razón aparente para la necesidad de concebir, exceptuando los accidentes calendarios y el alcohol, habría mucho menos gente en el planeta y el pais. Mucho menos pobreza y más calidad de vida, pero ese es otro tema.

¿Porqué tener un hijo?

Depurando las razones y escapándonos de toda lógica, como siempre debemos hacer, rehuir a la lógica, al encuadriculamiento, y siendo conciente que no existe razón alguna (aparentemente) para concebir, llego a la conclusión de que no existe motivo, excepto el amor de un hombre y una mujer.

No se me ocurre otra manera de explicar este fenómeno de materialización del amor, transformando en verbo a un sujeto inexistente aún, el pensar y soñar que tal persona que crece dentro de la persona que amas va a tener esos ojazos que tiene ella, esos ojazos de los cuales te enamoraste y que se cierran de pasión al hacerle el amor, que tenga sus labios, los que besaste tan audazmente la primera vez y que imprimieron marcas azules en tu cuello alguna otra ocasión.



Basta sentir u oler de cerca a un rapaz, rozar la nariz en su suave mejilla, sentir su aroma acendrado y mirada diáfana perderse en tus ojos, su sorpresa, su joven respiración abierta a un aliento mayor que la guie, que la inunde, que la empuje a caminar.

De sentirse padre a serlo hay millas de diferencia, pero tocar a veces esa barriguita de ella y besarla e imaginariamente sentir los diminutos latidos a través de de su pecho, de alguien a quien dieron el ser los dos, es inimaginablemente incontrastable.

Parecen abrumantes las razones para no hacerlo, llenas de lógica y sensatez, pero el ser padre es precisamente una aventura, un inconciente caminar y descubrir, tropezar y levantarse.


A lo hecho pecho

Ella estaba preparando una ensalada, el "rac rac" del cuchillo sobre la tabla de picar acompaña nuestra conversación medianamente seria, cada rodaja de zanahoria rodaba a su gusto por el madero rectangular y algunos se atrevían a saltar de él, explorando la baldosa fría del resto de la barra de la cocina.

A cada pedazo aventurero de zanahoria, yo rápidamente le clavaba el tenedor y engullía velozmente para luego mirarla y observar su expresión, siempre la misma, un gesto de disgusto acompañado de una sonrisa, como cuando se empieza a hacer cosquillas a alguien, llena de seriedad primero y luego no pudiendo contener la risa, así estaba ella.

No va alcanzar para la ensalada si sigues comiéndote la zanahoria, me dice. En vez de la zanahoria prefiero comerte a ti, le digo y la tomo por la cintura desde atrás besándole la nuca y el cuello tiernamente.

La nuca digo queriendo decir parte trasera de la cabeza, “nuca” me parece una palabra muy tosca para llamar a una determinada parte de alguna mujer, asi como tobillo o pecho. Son palabras que no estan echas para una dama, son muy toscas y menos para la mía que desborda feminidad. Para las mujeres se deberían elegir nombres distintos para las distintas partes tambien de su virtuoso, curvo y jugoso cuerpo, es lo justo.

Entonces, ya no hay nada que hacer, ¿Sólo esperar?, dice ella tras un corto suspiro que con la parte inferior de los labios apunta hacia su frente retirándose el cabello de los ojos hábilmente. Yo, que había estado divagando como muchas veces, engolosinado mirando a un punto fijo de la nada, lleno de ese placer que nos llena cuando se siente el abstracto de la insignificancia y deleite de perdernos del tiempo, le digo, “A lo hecho pecho”.

Frase que había escuchado a los diez años más o menos, y que llegó a mi en ese momento como un salvavidas inconciente y la solté así, de la nada, así como de la nada me apeteció hojear un Caretas aquella tarde en el consultorio de mi papá.

El viejo coleccionaba y leía Caretas, tenía bajo la mesa de centro de la sala una importante cantidad de ejemplares, aunque insuficientes para llamarlos colección, ya que de ninguna manera pretendían ser archivados algún momento, y dada la circunstancia serían leídas en la sala de espera junto a algunos National Geographic insuficientes también para dicho adjetivo.

Andando por ahí un día, dejé de ver los National Geographic con sus calatas de tribus africanas, con tetas hasta el suelo y huesos incrustados en los pezones y se me ocurrió hojear un Caretas. Comienzo con la primera y segunda hoja, me topé con una caricatura y a lo demás le dedicaba todo el interés que le podía poner un niño de 10 años al contexto político actual, y pasando las páginas violentamente con la intención de regresar la revista a su lugar, descubro en la penúltima página una mujer que emergía del mar llamándome la atención su pequeño bikini amarillo en la parte inferior y la ausencia del mismo en la parte superior, mostrándome a voluntad dos enormes pechos que me habían hecho regresar a mi rigidez matutina que tanto fastidio me daba.

Caracoles, debío ser la primera vez que me llamaba la atención una mujer de verdad y no una niña o Chitara de los Thundercats.



Al lado de tan perturbadora belleza, a la derecha de su cabellera negra escurriéndole en los hombros, había una frase que decía “A lo hecho pecho”. Arranqué la hoja cuidadosamente y la doblé con esmero para luego meterla en el bolsillo de mi camisa, muy cerca de mi corazón.

Revisé los demás Caretas, habían muchas más calatas de penúltimas páginas, pero yo ya estaba casado, mi mujer estaba en mi corazón y si hubiera estado mi pata “Camioneta” me hubiera dicho, “Culos hay como mierda, mujer una sola” salud por eso. Salud y amén "Camionetita" le hubiera contestado, honestamente.

Esa noche antes de dormir, luego de que mi madre me acueste, después que me arrope y me bese la frente y que yo le bese las manos con sus dedos juntos en forma de cruz, la saqué de debajo de mi almohada y le bese uno de los pechos. La acomodé en la cabecera conmigo y fue la guía de mis sueños esa noche. Nos casamos, nos besamos, vivimos juntos, ibamos al mercado, alquilábamos videos, cocinabamos y todo eso que se piensa de niño hacen las parejas. Fue la primera noche que dormimos juntos.

A la mañana siguiente al irme al colegio, con el apuro de la mañana, la ducha, el desayuno, el uniforme, la olvidé y olvidé despedirme de ella. Se quedó bajo mi almohada, despeinada, calata aún, o calatita como diria ahora con más cariño y más calentura también, con su boca a medio abrir, como queriendo dar un suspiro intenso hacia adentro para terminarlo con un gemido cerca de mi oreja. La olvidé tontamente.

Conciente de eso supe que mi mamá la habría encontrado, no se habrían llevado bien como es costumbre y como es de suponer cuando se piensa en las suegras y las nueras, no las había presentado. Mi madre la habría encontrado desnuda en mi cama, era una intrusa para ella, además demasiado altanera ya que ese gesto era burlesco, inapropiado y una afrenta insolente para ella que habia estudiado en un colegio de monjas.

Por eso la botó, era pecado. ¿Que vida tendría aquella mujer, saliendo del mar con los pechos al aire?. No lo pudo tolerar y la echó sin mayor reparo.

Lamento no despedirme de ella, hasta ahora la pienso, saliendo de mi casa, desnuda, arrugada, en la basura, cuando pudo haberse quedado tranquilamente en el Caretas, tranquila y sin problemas. Yo la cagué pienso, la traje a mi vida y la cagué como a muchas otras en su tiempo, donde quiera que estés discúlpame.

Por eso nunca dije nada, porque era pecado, porque no la presente como debía. Aunque ahora que lo pienso, no la hubiera presentado correctamente, estaba desnuda y tenía ese gesto extraño en los labios, eran de placer, de sexualidad, nosé, era un gesto sabroso y húmedo, sólo de verla me regresaba a esa rigidez matutina cada vez menos incómoda.

Como es costumbre, mi querida madre no guardo el secreto y se lo conto al viejo, cachaciento y bromista. Y era cuestión de tiempo que me sorprenda con algún recordatorio muy a su estilo en algún almuerzo o un desayuno, y no se hizo esperar.

¿A lo hecho pecho no hijo?, me dice con una tremenda sonrisa en la cara. A punto de mimetizarme con el mantel rojo que decoraba nuestra mesa navideña en un almuerzo de Diciembre, enterraba la cara en mi plato de vergüenza. Mi mamá sonrió y bajo la cabeza
sumergiéndose en su menestrón riquísimo que ella misma preparaba.


El viejo quita la cara de cacha y burlona y la seriedad lo inunda y me mira con ojos fijos y de sabiduría paternal- Si pues, a lo hecho, pecho nomás hijo, asi tiene que ser.-

Hoy 15 años después que recuerdo esa frase, la repetí a manera de reflejo a la pregunta de ella, picando las zanahorias en su cocina. La abrazo una vez más por detrás tomándole la barriga con inimaginable cariño, cierro los ojos y la beso en el cuello y la mejilla con todo mi basto e infinito amor por ella, por ellos ahora, creo.


– A lo hecho pecho amorzote, a lo hecho pecho-

PD.
Para los que planifican y para los que afrontan, y no decaen en esta aventura de ser papá, en su día muchas felicidades.



Para los que no la vieron se las sugiero, la gran película de Tim Burton El Gran pez. Suelta ebras de comprensión que ayudan a entender a un padre. Es como debería terminar todo. El gran final feliz.
Vean completo este fragmento porfavor.




3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Ser padre es una gran responsabilidad", es una frase muy conocida por todos. Nadie está preparado y nadie quiere serlo, sobre todo si se es joven. Pero existe un punto de quiebre en el que piensas que sumergirte en ese mundo a lado de la personas que amas es una idea fenomenal. No te interesa nada y hasta te emociona la idea de que suceda así. Yo vivo en una relación de simbiosis con mi familia y sé exactamente cuál es mi situación, aún así no me importaría que mi vientre se inflame de amor de la persona que adoro. Qué importa lo que los demás piensen.

Anónimo dijo...

Yo también quiero tener un hijo/a de joven!
Pablo quieres tener un hijo/a conmigo?

Gladys Rojas dijo...

Hacer padre a alguien q amas debe ser maravilloso y más si él lo desea tb, creo q un niño es mejor q nazca donde haya un ambiente de amor. Así q quienes se aventuren haganlo con responsabilidad!!