15 agosto 2009

Promesas

Prometí nunca escribir algo de ti o, mejor dicho, para ti. Pero, fiel a mi convicción –que es no tener convicciones–, rompo una vez más una de las tantas promesas que hecho. Espero que esto no te sorprenda, pues nunca te prometí nada, me lo prometí a mí mismo. Y, si no te lo prometí es porque nunca me dejaste que te prometiera nada. Hoy no solo confirmo que tenías razón, sino, además, compruebo cuan equivocado estaba yo.

Si algo me sorprendía de ti era tu obstinado pensamiento de no creer en las promesas. Intuyo que sabías que yo jamás podría cumplirlas. O, será tal vez que sabías que la especie humana nació, precisamente, para romper ese axioma. Solías decir que mis promesas tenían la misma contundencia que el albor de la mañana. Me decías que, como la alborada del campo, mis promesas era bellas, pero inconsistentes. E inconsistente, de algún modo, lo sigo siendo. Aunque pusilánime es un término que no solo me describe a cabalidad, sino me sienta bien.

Me gustabas –y creo aún me gustas– porque no podía ni podría enseñarte nada. Todo lo que sé, de alguna manera, lo aprendí de ti. De ti aprendí que el amor tenía que ser simplemente amor y, amor, era precisamente lo que ninguno sentía por el otro. Ahora, me pregunto si será por eso que nunca creíste en mis promesas o eso era lo que te impedía creer en mis promesas.

Condenabas mis manías, pero celebrabas que las hiciera frente a ti. Me decías que la única manera de querer a alguien es conociéndola. Todavía me pregunto cómo te quería (no te amaba) si de ti ignoraba todo. Tu misterio era lo que más adoraba en ti y, contrariamente, a lo que yo suponía tú decías conocerme a la perfección. Tus maneras eran unos sortilegios de los que no podía y, a veces, no quería escapar. Tus afanes de lucir un look sexy y casual, todavía me gustan. Y, aunque yo sabía que mentías cuando decías que no preocupaba tu look, me encantaba llegar a ese farsante consenso, sabiendo que los dos mentíamos. Tú me mentías diciendo que no te preocupada la manera de vestirte y yo te mentía asintiendo que te creía.

No sé cuál de los dos mentía más. Si yo con las promesas que, a pesar que no te gustaban, igual te las hacías; o tú, que decías no creerlas, pero que en el fondo te encantaban y que, estoy seguro, alguna vez llegaste a creerlas. Tranquila niña –te acuerdas, así te gustaba que te llamase–, aunque sigo siendo el mismo miserable que conociste, algo de caballerosidad queda en mí. No te preocupes, no diré tu nombre. Por todo ello, quiero rendirte el merecido tributo de tu niño y prometerte –una vez más– algo que, como siempre, intuyo que no cumpliré: no hablar más de ti.


1 comentarios:

LIna dijo...

Esta cute. aunque algo masoquista