29 agosto 2009

Quebranto


En algunos aspectos  voy a dejar de ser un cobarde. Por ejemplo, por fin tendré la valentía de decirte algunas cosas que no me atrevía a decirte, pero a la vez tendré la cobardía de decírtelo por este medio. Sé que eso sonó a cobardía pura al cuadrado, pero hay cosas que todavía me aterran.
            Sé muy bien todo lo que puedo soportar, pero me aterra percibir en ti un fingido interés. Soy capaz hasta de tolerar tu indiferencia y, acaso, también tu desdén. No creo, en cambio,  tener suficientes agallas para soportar un desprecio cínico.
            Tu voluble estado de ánimo, me horroriza. Y me aterra más pensar que,  precisamente,  eso haya sido mi pasaporte a tu encuentro. Mi equipaje todavía sigue siendo ligero, porque aún no hallo morada alguna en este largo viaje. La estancia a tu lado sigue careciendo del calor de un hogar.
            Esta soledad no solo me preocupa, sino me aterra y me enferma. Es que, acaso, nuestro amor no es un árbol ni frondoso ni florido, sino una rama descolorida y sin hojitas. Dime que  esto no es un vil remedo de amor y pasión. Asegúrame, por favor, que estoy equivocado y créeme que te creeré.
            Fui y sigo siendo un olvidadizo. Por eso, voy a olvidarme de muchas cosas, menos olvidarme de ti por supuesto. Y, si olvido con la misma facilidad con que te creo, voy a creerte y voy a olvidarme de mis abrojos. Quiero aclarar que no me voy a olvidar de creerte, porque eso lo aprendí muy bien.
            Amor es un término universal. Por eso, a riesgo de ser cursi y estúpido, me estoy sumando al coro universal de lo que ya se ha dicho del amor. Mis lugares comunes también son los mismos, acaso los he hurtado y no me he dado cuenta. Perdóname, creo que mi regalo no es original, aunque sí es sincero. No sé si eso vale.
            No importa, sé que no podré escribir los versos que te mereces. Quisiera pedirle ayuda a Brecht, pero temo que otros ya lo hayan hecho –debe de andar muy ocupado–. Puedo apostar que ya se me adelantaron por lo menos con medio siglo de anticipación. Recibe estos párrafos burdos y confusos, desprovistos de rimas y  técnicas, pero eso sí, totalmente sinceros.
            Insisto, te pido disculpas por pretender enseñarte lo que es el amor con palabras cuando soy yo quien ignora su significado.  Creo amarte, pero no estoy seguro. Si tú puedes enseñármelo, te lo ruego, por favor, hazlo. Aunque debiera decir que después de todo no soy tan malo, logré poner tu nombre y eso me enorgullece. Creí no poder hacerlo.
            A veces me confundo. Perdóname, creí ser valiente y acabo de confirmar que todavía sigo siendo un cobarde.

0 comentarios: