21 julio 2008

Diatriba al engaño



La escena tristemente infiel para mí, aunque creo suponer sin realizar un exhaustivo análisis, no fue tan triste para estos ocasionales amantes, sucedió hace algunos años. En aquel entonces tenía 20 años y una enamorada de 26 años, pienso sin temor a equivocarme que nos llevábamos bastante bien en muchos aspectos, lamentablemente hay una parte que no llego a comprender y es la razón de esta diatriba al engaño.

Sofía, la infiel, vivía sola y yo acostumbraba pasar los fines de semana en su casa, recuerdo que esa mañana no avisé que llegaría temprano, acababa de salir del trabajo y le compré flores y chocolates para sorprenderla. A ella le gustaban las sorpresas, aunque minutos después descubriría que el que se llevó la indigna sorpresa fui yo. En la puerta de su edificio justo salía alguien, así que me escurrí por entre las personas.

Mientras subía me imaginaba su rostro, la cara de felicidad que pondría y lo bien que pasaríamos el día. Llegué a la puerta de su apartamento, y para sorprenderla aún más, toqué la puerta y me escondí para que no me viera por el ojo de la puerta. La verdad es que demoraba mucho en abrir, pero al fin dejó ver su sombra por entre la luz que salía de las ventanas. Salté de repente y le dije ¡ mi amor!. La noté pálida, era un hecho que no me esperaba a esa hora, estaba con el cabello mojado, como si recién hubiera acabado de bañarse, me acercaba a saludarla cuando divise por entre los sillones una figura masculina, entré al apartamento con un frió en el cuerpo, presagiando lo peor, era un tipo de su trabajo recordaba haberlo visto antes en una reunión, aunque en esa oportunidad no tenía el cabello mojado como ahora, lo salude dándole la mano, y de frente penetre en su habitación si decir nada.

Examiné todo a mi alrededor, la cama destendida, un cenicero lleno de colillas de cigarros-y ella no fumaba-, una maletín con ropa de hombre, intervine el baño y encontré dos toallas mojadas, más que suficiente para darme cuenta de lo que había sucedido la noche anterior, sentía que la presión se me bajaba, que mis ojos querían explotar de lágrimas.

Segundos después entró ella y me dijo que recién había llegado que no pensara mal, ¡claro le dije y su maletín esta en acá en tu cuarto! continué. Espero te haga provecho,¡ah! te traje flores y chocolates, ojala te gusten. Salí caminando a paso tranquilo mientras ella me seguía para explícame lo que supuestamente había sucedido, me despedí del tipo, lo miré al rostro y apreté fuerte su mano, bajé las escaleras raudamente y sentía la voz de ella bajando y hablándome, yo no podía decir más palabras, una lágrima ya caía por mis mejillas, pero no me volví.

Ya en la calle esperé salir de su campo visual, y corrí, corrí entre las calles, pensando en cada imagen que había visto, pensé cómo diablos no acabé con ese tipo, siempre fui un apersona agresiva en circunstancias que tengan que ver con chicas, más de una vez me había peleado con individuos que le faltaban el respeto a mis amigas, pero en aquella oportunidad me sentí morir, quería llegar a mi casa y refugiarme entre las almohadas de mi cama, y no salí de mi habitación en todo el día , apague mi celular y lloré.

Pocas veces no pensamos que un pérfido engaño, duele tanto en el corazón de un púber, como en los pulmones de una abuelita sesentona, en el hígado de una adolescente desquiciada igual que en la cabeza de un adulto suicida.

Un desamor no es un dolor exclusivo del corazón, es más cuando pude sentir, oler y ver aquella escena infiel, el corazón fue sólo un órgano más de mi sufrimiento, inclusive creo que es uno de mis miembros más ignorantes en esa materia, Sentí un malestar generalizado, cada centímetro de mi cuerpo desangraba, la verdad es que no sé si de amor, pero de que jodía, jodía.

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