28 julio 2008

Martín Fighting

Las peleas pueden ser generalmente el triste corolario para un día nefasto y en otras ocasiones el siguiente paso a la inmortalidad. Para aquellos expertos en las artes marciales, de la pelea callejera y del "te saco tu mierda", el deleite de un enfrentamiento es una tarea no tan difícil, digamos que vendría a ser la demostración de sus habilidades, y si pudiéramos hacer una analogía sería el examen de admisión de un estudiante preuniversitario.Sin embargo, en mis experiencias personales, la pelea, la reyerta, la riña, el altercado, la disputa o como quieran llamarlo, ha significado más bien, experiencias poco favorables, pues aunque haya salido vencedor en muchas de ellas, las consecuencias no fueron generalmente las que yo esperaba.

Debo reconocer que no soy un Jean Claude Van Damme, que no tengo el "jap" de izquierda de Muhammad Ali, y que mi golpe largo no se parece en mucho al de Mike Tyson. Soy más bien un luchador desordenado, sin una técnica depurada, que en los momentos de los intercambios boxístico no es de pensar que golpe dolerá más, y por el contrario intenta adivinar con cual acabar más rápido.

Soy de esos que detrás de la manifestación del hombre valiente, se esconde el tipo baboso que no sabe por qué demonios se está peleando, un kamikaze en potencia a sólo instantes de quedar en el mejor de los casos, damnificado. Un ser calzonudo con ínfulas de héroe que puede llegar a su grado de ebullición en tan sólo unos segundos, por una estúpida provocación.

En muchas ocasiones he dado cátedra del buenos movimientos y golpes bastante estilizados, aunque seguramente mis eventuales contrincantes no hayan sido siempre intrépidos luchadores; y como todo no es dicha ni sonrisas, y en una pelea menos, he tenido encuentros pésimos, en donde mi futuro resultaba incierto, en donde más de una vez se me cruzó por la mente hacerme el "muertito" para salvar el momento y no salir humillado de aquel altercado.

He tenido al menos una docena de contiendas, pero sólo tres son en verdad dignas de narrar, (no crean que se pierden de mucho). Mi primera "mecha" data del año 1997, estudiaba en un colegio de varones y las circunstancias me hicieron llegar a los insultos con uno de mis compañeros. El canallesco motivo que enervó mi ser fue la actitud altanera y prepotente de coger mi libro de ciencias naturales sin mi permiso, tal acto no hizo más que generar en mí un intenso sentimiento de indignación. Incrusté dos golpes de derecha en el pómulo de mi rival y esto inició una lucha que no se alargaría por mucho tiempo. El tipejo este, acertó con un sólo golpe en el brackets de mi canino superior izquierdo, rompiéndome el labio superior, provocándome un sangrado profundo y una herida que hasta hoy trato de disimular en mi carnosa "bemba".

Como es natural, el encuentro se dio por concluido de manera unilateral y tuve que ser auxiliado por la enfermera del colegio, resultado: dos días suspendido, tres puntos en la boca y una reprimenda por parte de mi madre que hasta hoy resuena en mis oídos.El segundo enfrentamiento, este de antología, sirvió para darme la única gran alegría en los combates de "puño y patada". En el año 2001, después de un quinceañero, salí bastante ebrio de la casa de la agasajada, en mi cabeza retumbaba el vals y la tecnocumbia de aquel entonces, cinco amigos y tres amigas acompañaban mis pasos y después de una breve interlocución de uno de mis acompañantes con un trío de mastodontes, decidí ayudarlo, pues entre mis visiones opacas y borrachosas pude ver como jugaban cual marioneta con su cuerpo.

Iluso yo, creí que a mis espaldas me acompañaban sino una multitud de compañeros dispuestos a saldar tamaña provocación, nada más alejado de la realidad, gire la visión y dos de ellos conversaban sobre el clima, otro se puso a orinar detrás de un carro y uno más se estaba quedando dormido de pie. Es esos momentos en que todos parecían desentenderse de la real situación, me di cuenta que no estaba precisamente en el lugar y momento indicado, Después de los insultos vociferados no podía echarme para atrás, es así que solté mi saco y sin saber como demonios empezaría, me acerqué al que creía sería mi final.

Avancé sobre mis pasos y al mejor estilo de kit boxing arremetí contra el más grande de ellos, sin exagerar medía casi dos metros y me triplicaba en fuerza (después descubriría que era seguridad en una discoteca de Miraflores), lo golpeé y me golpeó, intercambiamos puntapiés, pero hubo uno que aniquiló mis fuerzas, una patada se incrustó en mi bajo vientre y por uno segundos pasaron por mi cabeza las imágenes de los hijos que no podría tener gracias a la bondad desmedida de este troglodita, temí quedar estéril o impotente, sentí "mojadito", como si algo se rompiera y sangrara. Pero no demostré dolor, al menos no en ese momento.

Me recompuse y guardé mi distancia, esquivé algunos golpes y azoté un par de veces el rostro inmóvil de su receptor, que ni parecía despeinarse con mis ataques, por un momento pensé que su estrategia de combate era propinarme carazos en el puño, pues los nudillos comenzaban a dolerme, es así que opté por lo más valiente en ese momento, pedir ayuda, pero no por "chivato", sólo para distraer la atención y dejar todo en un salomónico empate.

Como me había quedado "picón" con mi anterior desempeño, busqué a alguien de mi tamaño y contextura para poder reivindicarme ante los espectadores, elegí a otro que también había estado maltratando a mi amigo, un pobre joven que estaba más borracho que yo y le apliqué un soberbio cabezazo y como no respondía a mis ataques, decidí ser más incisivo dos cruzados de derecha y un puntapié para dejarlo caer al piso, en ese momento sentía que todo iba en cámara lenta y que mi figura aparecería en los afiches de Retroceder nunca rendirse jamás 8, finalicé mi rutina con una par de patadas al mejor estilo de "Lolo" Fernández para acabar a mi rival.

Ya en mi casa, revisé cada parte de mi aparato reproductor, para verificar que todo estuviera en su lugar y que no hay ningún desperfecto. Uno nunca sabe. Al día siguiente, era el joven valiente y bravucón que defendió a su buen amigo. Como dato significante debo apuntar que en el momento en que pude ver que estos tipos apachurraban a mi amigo, lo estaban abrazando y estos tres no eran unos perfectos desconocidos, sino más bien viejos amigos del colegio. Aunque debo comentar que para efectos del desenlace narrativo importa muy poco dado los hechos ocurridos.

Finalmente, el último altercado boxístico tuvo lugar en el Cercado de Lima, para ser más precisos en el jirón Quilca, un domingo al medio día, en el que a nadie se le ocurre salir de sus casas, tres individuos visiblemente ebrios lanzaron improperios en contra de mi señorita enamorada allí presente, como era de esperarse me acerqué a insultar a los infelices, cinco segundo demoró en sangrar mi nariz después de un golpe de antología, un manojo de llaves (¡ah! pero de llaves grandes) fue la causante de una rotura de tabique que me alejó de los rings callejeros. Traté de rehacerme pero el profuso sangrado impidió que pudiera continuar el enfrentamiento, ¡ah! Pero por supuesto que el tipo no se fue limpio, ¡no! ¡Lo manché con mi sangre!.

Esta última y remozada versión de Street Fighter, me dejó la conclusión que no soy un cobarde, sólo un valiente cojudo, nunca me arrastraron en el piso, ni me hicieron Túpac Amaru, no llegué a pasar semejantes vergüenzas, pero tampoco me convertí en el ídolo inmortal de los niños de mi cuadra.A veces quisiera volver el tiempo atrás para responder de manera diferente esas provocaciones y ataques, pero si fuera así, que demonios estaría contando ahora.

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