01 agosto 2008

Arenga erótica

En principio, el erotismo es otra expresión de la cultura humana que nos diferencia profundamente de la vida animal. Se trata, en pocas palabras, de la transgresión que sufre la rutina del acto carnal a fin de enriquecer ese momento ─coito─ promovido por el amor, el placer, la salud o la reproducción.

El erotismo, entendido así, como estímulo de la creatividad para el goce y la satisfacción plena de los amantes, es patente en una novela como Elogio de la madrastra, pues hay en sus páginas la tentativa de explorar los resquicios de la sexualidad y el amor, la inventiva y los deseos de tipos humanos que hacen del erotismo una religión, un culto diario, sin el cual la vida se tornaría insuficiente.

Con una prosa distante de sus anteriores novelas, Mario Vargas llosa nos presenta a tres personajes de antología ─doña Lucrecia, don Rigoberto y el niño Alfonsito─, quienes envueltos en un clima de felicidad aparente, van descubriendo, cada uno desde su perspectiva, los caminos secretos, a veces incómodos, pero siempre válidos en la búsqueda del amor y el placer.

En Elogio de la madrastra, la figura de doña Lucrecia impregna los quince capítulos. Es ella la que provee al libro de un incienso erótico, la causante de las fábulas desvirtuadas de don Rigoberto, que la idolatra y le confiesa haber renovado su vida con ella, y, es también, la mujer de cuarenta años que fornica con un niño. Alfonsito, o Fonchito, con sus maneras inocentes pero efectivas en el propósito sexual y, sobre todo, en el objetivo ulterior (que la madrastra se marche de la casa), es un personaje inolvidable, próximo al recuerdo infantil y precoz de algún memorioso lector.

El capítulo decimosegundo, subtitulado Laberinto de amor, puede ser leído como la síntesis de la novela. En él se describe un cuadro abstracto de Szyszlo en el que, según el niño Alfonsito, está la verdad de la madrastra. En la parte más visceral del análisis plástico, la voz femenina dice: “Hemos perdido el apellido y el nombre, la faz y el pelo, la respetable apariencia y los derechos civiles. Pero hemos ganado magia, misterio y fruición corporal. Éramos una mujer y un hombre y ahora somos eyaculación, orgasmo y una idea fija. Nos hemos vuelto sagrados y obsesivos”.

Elogio de la madrastra es una novela en que el deslinde entre erotismo y felicidad se sugiere en los monólogos, mas no se precisa: hacerlo es competencia exclusiva de quien se adentre en esta breve pero atractiva historia, cuyo autor abandona la experimentación con los planos temporales para centrarse en la eficacia verbal, vale decir, lograr seducir, persuadir y conmover al lector desde las múltiples posibilidades de la palabra.

Es lamentable pero oportuno recordar que, durante la aventura electoral de nuestro escritor, esta novela fue vilipendiada abiertamente en el canal del Estado, como estrategia para restarle simpatizantes al candidato, ya que lo pintaban como un pervertido y pornógrafo. Desde luego, tuvo resultados: la mayoría de los peruanos tergiversaron el erotismo con la vulgaridad, trocaron la tentativa artística con la rentable pornografía. Característica inequívoca de la mentalidad pacata y prejuiciada del tercer mundo.

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