02 agosto 2008

Javier Heraud cumplió su breve ciclo como un Poeta total al igual que Miguel Hernández o Federico García Lorca: la patria, los sueños, el amor, las cosas, la vida, la muerte, su pueblo son los temas tratados en sus manifestaciones artísticas de su poética.

La naturaleza geográfica donde el hombre se desarrolla fue su musa. Su canto al río, a los árboles han de hacer de este poeta un ejemplo único de amor. No se puede decir que los vientos de la muerte se lo llevaron sino las balas de matar fieras.

Tempranamente partió, pero la hermosura de su obra es apasionante, versos escritos con bondad y lujuria, con hechizo y buen arte, con rabia y con pena. Decisión de buen artista y de combativa inspiración, su fineza de palabras y su transparencia humana: todo ajustado a su fe y su pensamiento socialistas dicen lo que tienen que decir.

Lo positivo de su creación emana en que innova, amplía su visión artística e ideológica en cada poemario, es un verdadero arquitecto para construir sus revelaciones internas y sus anhelos externos. Heraud comprueba que su actitud va más allá de lo poético. Es decir, va a meditar acerca del destino de su patria con su gente y, en ese transitar, como respuesta sólo encuentra la esperanza plagada de tropiezos y realidades tristes.

La increíble sencillez en cada frase y buen material retórico enriquecen sus modos expresivos. Digo que Heraud como Tello se unió a la poesía con la finalidad, primero, de hacer arte poético y luego unirse a salvar la criatura y el universo mismo.

Las cosas grandes o pequeñas, los actos buenos, los ideales internos (la libertad, la vida, la justicia, la solidaridad), quedan bien asumidos en los versos del poeta. Javier fue conocedor de esto que se dice de la poesía: “La poesía surge de ocultos y primitivos sentimientos humanos”; como por ejemplo, poetizó a la muerte desde su intuición personal hasta su concepción cósmica, porque existe en lo hondo del hombre así como el amor.

De diversas maneras se ha tratado de desfigurar su muerte como un acto ingenuo y confuso de un joven rebelde que subestimó la capacidad militar del adversario, pero, yo me digo el idealismo revolucionario surgido en el continente a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, las ideas infundidas por Ernesto Guevara no le podrían ser ajenas. Además un medio de cambiar la realidad de esta patria aún puede ser una verdadera revolución. Y, por ello nadie le puede condenar su condición de peruano y del amor a su propia tierra; resultan más que hermosos y valientes los versos que el poeta escribiera.


“Porque mi patria es hermosa/como una espada en el aire/ y más grande ahora/ y aún / más hermosa todavía,/yo hablo y la defiendo/con mi vida...”

Leamos los versos de Balada del guerrillero que partió, poema que creo que el poeta lo edificó como a una pirámide con talento y categoría. Estremece que un joven de sólo veintiún años pueda escribir uno así. En mi tarea de poco lector puedo reseñar que tal vez en Neruda o Maiakovsky se pueda leer y a la vez deleitar, gozar y sumergirse en esa maldita tristeza que siempre ronda el alma humana.

“Una tarde díjole a su amada:
me voy, ya es tiempo de lluvias,
todo está anegado,
la vida se me envuelve en la garganta,
no puedo resistir más opresión...
Fue su mano espada de plata fina,
aró, sembró, cosechó
la tierra,
disparó con su fusil rayos
de esperanza,
y otro día ya estaba muerto,
con dos metros de tierra
sobre el hombro.
Pensativo y triste
aún recuerda a su amada,
inmemorial por largo tiempo.
Y ella lo espera junto al río,
en el puente en donde lo vio partir...
con sus ojos hermosos
y radiantes,
mira hacia el puente, al río,
a la vida.
Y siente en su corazón
la esperanza, la nueva
alegría que su amado juntó
en la tierra.

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