04 agosto 2008

Con la chapita en la mano (capítulo I)

Al escribir el post anterior, y encontrar una mediana explicación a mis peleas y su relación con el alcohol, no pude evitar recordar mis borracheras y las de mis amigos.
Es que cuando uno bebe, el mundo entero liba contigo. Y más aún tus ocasionales acompañantes, siendo indefectible la reciprocidad entre mis experiencias y las de mis camaradas.

Debo decir a manera de prólogo que el trago --cualquiera que éste fuera--, no es uno de mis deleites. Más bien soy un bebedor social, de esos huachafos que le encanta tomar en compañía de buenos amigos, un individuo que mientras conversa puede engullir cantidades abundantes de alcohol y cualquier derivado de éste. La cerveza, tiene la capacidad de ponerme alegre y dicharachero, conversador a más no poder y dormilón en el ocaso de la reunión.

Pero es necesario apuntar que no soy un borrachín de esquina, aunque mis partidos me he jugado, he bebido como el 90% de los peruanos (si no es más) en un parque, --¡¿quién esté libre de pecado que lance la primera chapita?!--, pero con el pasar de los años he aprendido a frecuentar mejores lugares, o al menos ya no a la intemperie.

He libado toda clase de brebajes, y como dice un buen amigo mío, muchos de dudosa procedencia, con la fecha de vencimiento visiblemente adulterada con una, por demás escandalosa, tacha de lapicero.

Haciendo memoria, los alcoholes que degusté tenían nombre de los más raros e impensados, desde los más conocidos como Naranjito, extraña combinación de Crush en el mejor de los casos (o a veces suplantado vilmente por un sobre de Kanú) y un Pisco de nombre Agua ras. Justamente ésta infeliz mezcla, provocó mi primera borrachera.

A los 16 años, en uno de los populares e infaltables paseos colegiales a Chosica, mis amigos y yo decidimos con muchos días de anticipación, prepararnos para aquella fecha, que según nosotros sería el de nuestra inauguración por las sendas del alcohol y vaya que lo fue. 3 botellas de 800 ml. de Agua Ras, que tenía una etiqueta que recordándola ahora, me daría serias que dudas antes de beberlo, una calavera pirata y un tipo en el suelo daban forma a este dibujo artesanal que avizoraba una muerte lenta y biliosa en nuestros jóvenes estómagos.

Nos instalamos en la parte más alta del club, cerca de un cerro, y Las 2 primeras botellas, aparte de achicharrarnos la garganta provocaron que 3 de mis compañeros cayeran estrepitosamente sobre el pasto, otro de ellos no corrió la misma suerte y cual bola de nieve rodó por entre los campos de voley y los kioscos de comida, reconozco que fue difícil alcanzarlo, y salvo algunos golpes no hubo nada de que lamentarse, bueno quizá sí: la vergüenza pública y la burla que hasta ahora cae sobre él.

Como sabrán, después de una borrachera en donde uno se siente atiborrado de licor, algo tiene que salir, y producto de los movimientos ondulantes del autobús, sientes que se te sacude el piso o que te jalan la alfombra, y algún animal tiene que salir, ya sea el buitre o el gato. Señores y así fue, evacué tallarines y arroz con pollo sazonados con naranja, merced al buen corazón de mi madre que decidió mandarme una sustanciosa ración arroz con pollo y al ofrecimiento de un amigo, que me hizo degustar unos tallarines rojos muy bien preparados.
Los residuos que fueron desperdigados por la carretera central, y Dios mediante espero no hayan caído en el carro de algún chofer mal afortunado.

Hubo una segunda gran borrachera. Cumpleaños número 18 del autor del presente blog, el ingreso a la sociedad, la presentación hacia la vida de un adolescente que dejó de ser para convertirse en un reciente y estrenado adulto. Y no hubo mejor idea que la de un grupo de amigos: hacerme una fiesta sorpresa, chicos y chicas danzaríamos entre la música estridente. Comí de todo y lo peor fue que bebí de todo, antes ya había filtrado por mi estomago un vino impresentable de nombre Moscato, S/. 3.50, una ganga para aquel entonces y que además era bastante sabroso (sólo en primer trago), después mutaba en un frasco de 100% alcohol metílico (de esos que se utilizan en los hospitales para desinfectar los instrumentos).

Dicho sea de paso, este licor de color naranjoso, tenía una peculiaridad, poseía un macerado que lo convertía en una burda imitación del popular "Tres pasitas", pues sólo tenía una seudo pasa, digo seudo por que resultaba inverosímil creer que una pasa pudiera tener patitas y antenas, aquel objeto o animal que feneció producto de ese brebaje, flotaba de espaldas al piso, y digamos que no tenía un rostro muy feliz, anticipando y advirtiendo un final similar para nosotros, luego de dos o tres tanganasos de este trago.

Volviendo al tema de esta borrachera, libé el ya mencionado Moscato, y unos líquidos que pretendían dar confianza con sus nombres televisivos: Thundercats, y Dragon Ball (ambos tragos cortos que venían ya combinados). La cuestión es que llegué a mi fiesta sorpresa más que ebrio, pero de pie, aún no me arrastraba por los pisos, y luego de intentar bailar un vals al estilo del meneito, los asistentes supieron que aquel esperpento que hacía el ridículo frente a ellos, en medio de la sala, no era precisamente mi mejor versión.

Me dormí, me puse de pie, resbalé dos veces por las escaleras, es decir un tonazo, cualquier quinceañera, hubiera querido tener una fiesta como la mía. Asomaban las 4 de la mañana y la reunión ya estaba entrando a la recta final y para terminar de festejar decidí estrenar mi mayoría de edad ingresando a una discoteca acompañado de uno de mis mejores amigos, que después de aquella noche, dejó de serlo de alguna manera.

Para no herir susceptibilidades, solo diré la inicial de mi fiel compañero. R, era un súper amigo, de esos que nunca te dejan y te hacen cagar de risa. Con él teníamos el sueño de ser cantantes y famosos, inclusive planeamos tener una banda de rock que nunca llegó a tocar, gracias a Dios, las circunstancias nos hicieron declinar de aquella alocada idea, que supongo nos hubiera traído más de una vergüenza.

Ya en la discoteca, intentamos flirtear a cuanta mujer se nos cruzaba en el camino, lamentablemente nadie nos hizo caso. R, cansado de lanzarle piropos a cuanta chicoca pasease frente a él, fue a buscar una jarra más de cerveza. Yo mientras, trataba de observar algo en mi ya borrosa cabeza, el aire me había chocado, y las luces parpadeantes dificultaban mi irracional visión.

15 minutos después de la partida de R, tomé conciencia de lo mucho que se estaba demorando. Y decidí ir a buscarlo, y como dice Ribeyro el primer lugar donde ir a buscar a una persona que desaparece en un bar, es el baño y mientras lo hacía pude escuchar cómo algunas chicas gritaban y un guardia se seguridad sacaba cargado al pobre R, sus pies flotaban en el aire, y era desaforado de manera brusca y poco digna de aquel local.

No entendí para que le sirviera un abogado en ese momento, pero mi amigo hacía alcanzar esta demanda de manera reiterada. Llegué hasta la puerta y después de lo ocurrido lo único que nos quedaba era retirarnos a dormir, y como R vivía muy lejos, era necesario que durmiera en mi casa, no sin antes pasar por una licorería y comprar algo que lo que siempre me arrepentiré: dos botellas de Punto G. Sí, ríanse y digan que asco, lo sé y soy consciente que pueden dejar de leer este blog después de la confesión hecha, pero no puedo faltar a la verdad.

Terminamos la primera botella entre las confesiones del mejor amigo que te abraza y te habla al oído, diciéndote que nunca encontrará a un pata mejor tú. Todo dentro de lo normal, pero hubo algo que me desconcertó, y me hizo sentir que algo se rompía.
Léase de manera textual: "Oe, ta' que eres mi brother, nunca habrá alguien como tú, hemos pasado tantas cosas ¡te quiero dar un beso!, ¡Dame un beso huevón, eres mi hermano!". Esas palabras me sacaron temporalmente de mi borrachera y me hicieron mirarlo de manera diferente, sentí miedo de estar al lado de un homosexual en potencia, de haber convivido tantos años con alguien que disimulaba sus intenciones para con mi persona.

Esa confesión dio por terminada esa noche y después de dejarle una almohada y una frazada, volví a mi habitación no sin antes ir al baño a desintoxicarme. Penetré en el cuarto oscuro, abrí la puerta y vomité. Busqué la llave del caño y no la hallé. Traté de prender la luz, y me encontré con el ropero de mi hermana. Señores había devuelto todo mis intestinos sobre los zapatos y blusas de mi hermana. Demás está decir que la cagué, felizmente esto lo digo en sentido figurado.

Mi hermana jodida y molesta, me hizo pagar cada una sus prendas malogradas y a partir de ese momento sé muy bien dónde queda el baño, al menos el de mi casa.

La segunda parte, de estas historias borrachosas en una próxima entrega…

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buen post!, muy gracioso. espero ansiosa la segunda parte.
saludos.

Mariana.