12 septiembre 2008

Exabrupto poético

Es seguro que para un adolescente de nuestros días, la lectura de La metamorfosis, le suscite un desconcierto risueño, y que, una vez cerrado el libro, perdure en su memoria el hecho fantástico en el cual Gregorio Samsa, joven viajante de comercio, despierta convertido, de repente, en un escarabajo.

Es posible que la edición que lea, incluya también Carta al padre, testimonio íntimo de Kafka, que revela el influjo paterno cuya mentalidad y pragmática fueron radicalmente opuesta a las del hijo.

Si el adolescente se anima a hojear esa parte del libro, ya sea por una cuestión moral de concluirlo o por una curiosidad que se torna creciente a partir de leer sus primeros párrafos, es probable que, ya no Gregorio Samsa, sino Franz Kafka, se instale en su mente luego de una espontánea catarsis, y retome, más temprano que tarde, aquella correspondencia que cala hondo en el alma.

Poco tiempo después, ese adolescente, ya en la universidad, evadirá algunos sosos trabajos que encargan los profesores, para buscar bibliografía de Kafka, encontrará en la biblioteca algunas fuentes ilustrativas como aquel extracto de Diarios, fechado el 6 de agosto de 1914:

"Contemplado desde el punto de vista de la literatura, mi destino parece bastante simple. El deseo de representar mi fantástica vida interior ha desplazado todo lo demás, y además la ha agotado terriblemente, y sigue agotándola. Ninguna otra cosa podrá jamás conformarme".

Luego, el adolescente sentirá culpa por estudiar la carrera rentable y atractiva que estudia. Devorará en dos días febriles El proceso, y tendrá la certidumbre tardía que es un asocial, un outsider, un cronopio, o acaso simplemente un descontento, un renegado, un solitario, que, como José K…, es un ente absurdo en una colectividad absurda pero ordenada, sistematizada, bien cartografiada.

Más tarde, otros escritores, sus vidas y sus obras, ocuparán su atención, pero ninguno podrá identificarse con él, con su naturaleza, con su particularidad en el mundo genérico. Renegará de la etiqueta insidiosa “de pequeño burgués angustiado”, que los rancios marxistas dedicaron --y dedican-- al escritor checo.

Aquel adolescente no olvidará nunca el consejo literario de leer a los clásicos, que Kafka sugirió en una conversación con el periodista, Gustav Janouch:

"Usted se toma demasiada molestia por cosas efímeras. En su mayor parte estos libros modernos son pálidos reflejos de lo cotidiano. Se extinguen demasiado pronto. Debiera leer más libros viejos. Clásicos. Goethe. Lo viejo extrovierte su valor íntimo, lo imperecedero. Lo que solamente tiene carácter de novedad es cosa pasajera. Hoy es bello, mañana parece ridículo... Tal vez es la ruta que sigue la literatura".

Ese lector adolescente sonreirá, no sin molestia, al ver la colosal cantidad de tesis psicológicas consagradas a Kafka y, en un arrebato de vanidad, dirá: la psicología siempre será la ciencia más atrevida de todas.

Por razones laborales y académicas competentes a la profesión que eligió, esperará el tiempo prudente para adentrarse en América y El castillo con todo el fervor intelectual y emotivo que merecen.

Finalmente, es factible que ese lector, hoy en plena lucha con sus rezagos adolescentes, escriba, con urgencia de admirador, acerca de su contacto con Franz Kafka.

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