19 septiembre 2008

Tantas veces Emma

Gustave Flaubert, el escritor francés que no creyó en el talento, sino, más bien, en una estricta disciplina para el oficio de escribir, legó a la humanidad una de las novelas más logradas de la literatura: Madame Bovary.

Aunque inspirada en un caso real, Madame Bovary (publicada en 1857) es la prueba irrefutable de una entrega férrea a la causa literaria, que se traduce en la búsqueda de la palabra precisa, la digresión oportuna, la fluidez narrativa, la corrección constante y, sobre todo, el poder persuasivo de las descripciones psicológicas de los personajes. De ahí que se afirme que Flaubert es el principal representante de la novela realista.

Es sabido, también, que esta novela inició un subgénero: la novela de adulterio, que encontró acogida en los novelistas europeos del siglo XIX. Es el caso de Ana Karenina, de Tolstoi o La Regenta, de Clarín.

Pero sería injusto calificar únicamente de novela de adulterio a una obra cuya protagonista se incluye en el catastro de personajes idealistas y contradictorios, en conflicto con la sociedad que amordaza la libertad del instinto humano, y que a pesar del terrible desenlace de su existencia, seduce por su cándida obsesión de alcanzar una felicidad propia, subjetiva.

Esa búsqueda de la satisfacción y plenitud personal, en un tiempo en que imperaba la felicidad conveniente a la telaraña social, hace de Emma Bovary un ser atormentado, rencorosa de las decisiones pasadas, pero, asimismo, la dota de una capacidad para el riesgo que, en su condición de mujer casada, desemboca en la infidelidad y el hastío doméstico.

Charles Bovary es presentado desde el inicio de la novela como un hombre de pobre autoestima, acobardado, conformista, el esposo que fiel a los parámetros sociales, tiene una profesión como médico y se esmera en procurar el bienestar a su familia. Pero sus esfuerzos son en balde. A Emma le embarga el tedio, la rutina conyugal, llega incluso a encargar a su pequeña hija a las empleadas, el marido le inspira lástima, llega a detestarlo.

La aparición del primer amante, Rodolphe Boulanger, que la seduce en una conquista más que acredita su fama de mujeriego, significa para Emma la posibilidad de explotar toda la fiebre contenida por largo tiempo y purgarse de la emoción fingida, pero, justamente, cuando planea fugarse con el amante, éste la abandona. La depresión de Emma es un ensayo de morirse en vida.

El segundo amante, el joven León, hombre apasionado e idealista, también agita sus sentimientos, y, pese a lo romántico de su relación, emerge en ella esa sensación de insatisfacción; entonces lo encuentra débil, demasiado pueril, pusilánime. Se decepciona aún más cuando, asediada por el pago de las deudas que contrajo en regalos carísimos para sus amantes y su propio beneplácito, León se descubre avaro; lo mismo sucede cuando recurre a Rodolphe. Es así que comprende la nulidad de sus esfuerzos por ser ella misma, por entregarse a los riesgos de la libertad de su verdadero yo, y opta por el suicidio, que traerá consecuencias nefastas: Charles Bovary se suicida también y su hija, luego de pasar por manos de familiares, termina siendo explotada en una factoría de hilatura.

Flaubert decide concluir la historia de una manera sombría. Así, pretende evidenciar los costes de la tentativa de vivir al margen de lo establecido y lo prudente, y demuestra las repercusiones inevitables, en nuestro destino y el de los demás, de las decisiones que asumimos.

2 comentarios:

Pablo dijo...

Me gusto el post tio, bastante informativo y guía. En La Taberna de Zola tambien se ven casos de adulterio aunque no como aca y fue me parece en 1940, queria saber si de alguna forma influyo, es decir, si influyo el naturalimo de Zola en el realismo se Madamme Bovary.

Pablo dijo...

Jajaja, se me fue el nueve, quise decir en 1840, creo que se entiende, nos vemos.