30 noviembre 2008

Contracciones sobre la cama de un hotel

La venganza de los dioses, dulce y a la vez irracional,
tenue pero también desproporcionada
me sienta otorgándole una vida llena de castigos,
en un baile funesto que reniega de mí.

Una danza crítica de mis movimientos,
reservada, me dicen, solo para los de su clase;
mientras me hundo, intento no marearme en la cobardía,
en esa ruta que junta sobre un mismo rumbo,
el camino del cielo y del infierno,
de la ronca e insoluble voz de un enamorado muerto sin amor.

La niña promiscua y gentil me invita una copa de vino,
y parto desde entonces a un viaje infinito
en el que ella tampoco sabe qué hacer,
se alegra y me besa, entonces empieza sobre mí
un sonido estéril del que me urge huir.

A veces llora y me dice que su hijo no lo soportaría,
me inspira, me llama, y se absorbe entre los gemidos de la música
una voz incesante y sin final feliz, en un vals que nunca escuché
y el grito desollado que parte en dos la habitación en una contracción.

Nadé desnudo sus mares y sus prodigios terminaron por ahogarme
como una guitarra en lamentos me uno a su muerte,
“ahora que el barco se hunde y solo tú puedes salvarme,
dudas de mis dudas, de mis ritos, y de mi poca experiencia como amante”, pero caí rendido en su senda, sabe que he vencido, entonces, dejo que la lluvia fría caiga sobre mi cuerpo luchador.

Se duerme, y frente a la ventana descargo una ráfaga de dolor,
con lágrimas de soñador me dejo tentar al abismo de un quinto piso,
un mareo me coge irresoluto y decido echar por borda una vida prometedora,
vuelvo sobre su cuerpo y la miro con ternura, con la extrañeza de un novato,
pero esta vez, en verdad no sé qué hacer.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

genila maestro, pero pensé que iba a salir primero.
Un montón de gente me dice que no lo encuentra.
Muy buen delirio, como tu dices