11 abril 2009

A favor de la poesía

Aunque sé que muchos dirán que poeta es sinónimo absoluto de vago ocioso sin oficio ni beneficio, puedo decir que me gusta la poesía, porque ésta siempre tendrá un halo de intelectualidad y una composición artística, que ni los mejores académicos-ensayistas pueden ostentar con tanta facilidad.

Adoro la poesía –y no me avergüenza confesarlo– por razones simples y, a veces, complejas, porque un verso siempre será más fácil de recordar que una complicada teoría sobre la física cuántica. Y, la amo más porque siempre tendrá ese prodigioso don de equiparar en el mismo nivel al poeta y al filósofo, y aunque los versos, muchas veces, no rimen siempre tendrán un porqué fácil de explicar, no tan tedioso como los argumentos filosóficos.

Me gusta el oficio de poeta porque la producción está sujeta, generalmente, al estado anímico –cuanto más deprimido, mejor es la calidad de los versos–; y, en este país, para deprimirse solo vasta leer las noticias o ver la encuestas sobre la estabilidad laboral, lo cual quiere decir que todos somos potencialmente poetas. Confieso que prefiero la etiqueta de “pobre diablo poetastro”, antes que la de un “abogado exitoso”. Y, aunque probablemente, el jurista alemán Heinrich Mitteis vivió con más holganzas que su compatriota Bertolt Brech, quién puede citar siquiera algún título de Mitteis.

Amo la poesía, además, por su enigmática dualidad: en vida, el poeta vive azarosamente de la casualidad, pero después de muerto su nombre se encumbra en la más gloriosa inmortalidad. En el caso peruano hay muchos nombres por citar: Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Javier Heraud, Martín Adán y el universal César Vallejo, entre los más notables.

Además, siempre habrá un verso y poeta para cada ocasión. Los hay los románticos, quienes con sus versos se encargarán que tus veladas sean prósperas y muy productivas; los hay los sociales, quienes en un verso, atraparan por ti, el mensaje de las causas justas; los hay lo intimistas, quienes prefieren razonar sobre la complejidad del ser humano; y, en fin, hay poetas para todos los gustos y colores.

Adoro la poesía, porque aunque los versos no se entiendan, siempre se podrá argumentar la ignorancia del lector o el prejuicio y escepticismo de los críticos hacia las innovaciones poéticas. Y, me gusta más, por esa paradoja que guarda, porque no hay placer más dulce que mentir de forma bonita y honesta.

En suma, me gusta la poesía porque siempre habrá una cuartilla entera que aprenderás de memoria para recitárselo, a la luz de la luna, a tu musa que en honor a la verdad no inspiró esos versos rimbombantes, sino que más bien lo copiaste vilmente a Octavio Paz. Sin embargo, ella creerá que no tienes nada que envidiarle a Gustavo Adolfo Bécquer. Y, aunque no vuelvan las oscuras golondrinas, siempre podrás decirle que, como tú, nadie la amará.

Quiero finalizar esta breve apología a la poesía con una frase inconmensurable de ese gran poeta y trovador argentino, Facundo Cabral y que versa así: “Procura que tus coplas vayan al pueblo a parar / que al volcar el corazón en el alma popular / lo que se pierde de gloria se gana de eternidad”

Lee el en contra de la poesía, de Juan Carlos.

1 comentarios:

Leandro dijo...

los primeros párrafos no pasan nada . pero los últimos cuatro están muy bien construidos. que lamentable que el encontra no esté a la altura