28 junio 2009

El cariño de la zorra

No he vuelto a saber de ti desde aquella ocasión en que departimos licor juntos. Tú trajiste a una amiga y yo a un amigo, comenzamos diciendo en que sería una reunión sólo entre los dos en la que los vinos y las ganas posiblemente nos harían regresar a la cama nuevamente, como aquellas tantas veces.

Aquella ocasión estábamos en el auto de mi amigo, en donde mientras las esperábamos oíamos música, conspirando, planeando, en cual seria la estrategia de esa noche para poder retozar los cuatro, yo contigo y él con ella, por supuesto.

El plan estaba hecho, el dinero en el bolsillo al lado de mi billetera y ésta al lado de una caja de preservativos, que seguramente no usaría, ya que borracho contigo como esperaba estar, no me importaría que una gota o dos de mí lleguen a ovalar tu figura, que hasta ese momento en que te ví llegar no estaba nada mal.


Que equivocado que estaba si pensé que esa noche iba a lograr algo contigo, a su transcurrir le debo esta patinada ya que nunca me acerqué, nunca intenté, es que ya no era más mi voluntad, no desde que pude conocer a la amiga que te acompañaba, sus bucles castaños y su rostro verdaderamente me habían encantado y sin exagerar, ya la imaginaba sobre mí en la cortas cabalgatas que suelo dar a pasajeras desconocidas y que posiblemente no vuelva a ver jamás.

Ya en la reunión hubo risas, sonrisas y coqueteos, siendo el más asediado mi amigo, que hizo ademanes y amagues de acercamiento con tu amiga, yo por el contrario no intentaba ni un roce contigo sino que más bien me enojaba la estrechez de ellos y me iba mellando las ganas de estar ahí, o de estar junto a ti.


El licor cada vez iba disminuyendo, en nuestra razón y en las botellas, quise acercarme a ti, pero al parecer ya era demasiado tarde y eras arisca y me alejabas, sospeche entonces que te habías dado cuenta de mis miradas perdidas a tu amiga, que contrariamente a ti daba muy buena predisposición y se mostraba dispuesta a los trajines que prometía la noche, corroborando así la descripción que me habías dado de ella cuando por el teléfono me dijiste “es recontra pilas”.


Ya todo parecía perdido, cuando recordé que podíamos ir a una casa donde sólo estaríamos los cuatro y me convencí aún más cuando aceptaron sin vacilación, para ese momento ya estaba casi resignado a perder a tu amiga y consolarme contigo y recompensarte humildemente ese desplante tan feo que te había hecho al no intentar besarte ni manosearte. Que mal que me porté.


Lamentablemente para mi amigo, al subir al carro tuve una y tal vez última oportunidad de poder conversar muy cerca de ella y, como mi amigo entenderá, como zorros que somos, no deje pasar.

Es conocido ya que las mujeres no pasan desapercibido los vinos y conocido también que estos causan un efecto muy favorable para los caballeros quienes las acompañan, siendo aprovechado todo esto en dicha ocasión por su servidor, quien viéndose seguro de las nada despreciables cinco botellas, podía comenzar una plática que muy pronto se volvería más silenciosa, tanto así que nuestros labios no tendrían que separarse. Así lo hice.

Lo que hicimos en la casa después es algo que mi caballerosidad no me permitirá revelar :s, y aunque la frase de la soga y la cabra se me viene siempre cuando pienso en ello, siendo favorecido ante las circunstancias, pienso siempre lo riquísimo que es quedarse con la cabra y habérsela jugado.

Sin embargo hay algo que nunca me perdonaré, y que supongo es la misma razón por la que no contestas mis llamadas, ni mis mails.
Si bien es cierto siempre hubo un cariño superficial que nos hacía vernos muy eventual y fugazmente, nunca fue algo que no nos permitiera tomar la sombra en otro árbol, por decirlo de alguna manera, sobre todo, sabiendo yo que posiblemente hubieras hecho lo mismo si hubieras tenido la oportunidad, y el cariño de zorra que pareces tener, es falso, como nuestro besos y “te quieros” de las tanta veces que pegados a la almohada repetíamos sin respirar.

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