04 julio 2009

Instrucción (estúpida) para mandarse


Imagina por un momento que estás parado frente a ella (llamémosla Estefanía, Stefy con cariño) en tu trabajo, en tu centro de estudios, en el barrio o donde mejor te plazca. No es necesario imaginar, porque sabemos muy bien que te mueres por ella, por Stefy. Imagina, también, que están en esos dulces, tiernos y fugaces momentos en que ambos juegan —como diría el gran Daniel F— a tener las lecturas de guiños y gestos más secretos.
Hasta el momento tenemos claro dos cosas: son solo amigos y, aunque ella te encanta, no te animas a decírselo. No te aflijas, a todos nos pasa y nos ha pasado, consuélate con saber que no eres ni el primero ni el último. Pero, quizá, ahora sea el gran momento —y sabes muy bien a qué me refiero—. No te das cuenta, todavía, el mundo conspira y tú sigues allí paradote hecho un auténtico imbécil, con la baba que se te cae. Ella, con un ligero gesto y una dulce sonrisa, te indica que estás haciendo el espectáculo más bochornoso de tu vida, justamente, frente a quien desearías sea la última persona en el mundo que viera eso.
Ella, como toda mujer que tiene el control de la situación, te sugiere que le ayudes con algunas cosas que supuestamente no entiende en la computadora. Tú, que te alucinas el monstruo de IDAT, corres raudamente a explicarle con dibujitos si es necesario lo que ella dice no saber, pero que en realidad domina mejor que tú. Acaso no lo sabes todavía: ella te está dando la oportunidad de tu vida y tú, como buen paparulo, estás concentrado en explicarle con lujo de detalles las banalidades más triviales y pueriles que pueden suceder cuando se navega y, lo peor de todo, estás desperdiciando el mágico momento que ella, la diosa Fortuna o sabe Dios quién, te están regalando.
Recobras el poco sentido común que te queda e intentas ser simpático, dando rienda suelta de toda tu artillería de chistes del tipo-con suerte-que todo lo sabe-y todo lo consigue. Falaz idea, los chistes, que a ti te parecen excelentes chascarrillos, a ella no solo le parecen vulgares y ordinarios, sino que además están a punto de lograr que ella te expectore de su campo visual con un argumento, más o menos así: “hay, qué tonta que soy, pero si el profe ya nos lo había dicho” y, agregaría, con la sutileza que la caracteriza: “ya no te quito más tu tiempo, debes de estar muy ocupadito”
Tú, conciente de que estás a punto de ser echado de ring, no por puntos, ni por el famoso KO técnico, sino por un sólido y contundente gancho, el mismo que acaba de hacer añicos tus ilusiones, decides poner en práctica el plan B, llamado también el plan de contingencia, el mismo que solo se usa en situaciones límite —carajo, qué esperas para usarlo, éste es el momento—. Tu futura chica está a punto de sacarte de escena, porque acaba de darse cuenta que talvez no eres tan simpático como ella creía, y tú, hecho un gran cojudo, estás perdido en tus cavilaciones.
Contra todo pronóstico, dejas que ella sortee todos los obstáculos que encuentre en el Internet y, tú, con mucho acierto, te vas estratégicamente hasta la computadora más cercana, y te conectas a San Windows Live Messenger —patrono de los cobardes que prefieren decir las cosas por el Chat—. Decides mandarle un mensaje y acabar de una buena vez por todas con esta angustia.
— Stefy, te quiero decir algo
— ¿Qué?
— Te quiero… y quiero estar contigo.
Adelante ríanse, tienen todo el derecho. Sí, ya lo sé. Es lo más estúpido, pero créanme: funciona. Una mujer difícilmente se resiste a detalles de este tipo. Todas, en el fondo, buscan lo mismo: un príncipe azul con alma de poeta. Si admiras y lees en secreto a Bécquer, asegúrate de tener detalles como éste.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

puessss...ojala fueran tan directos....en el mayor de los casos se recorrenn todo el mundo para llegar a la esquina.......y hasta hay veces disponen de una sarta de cursilerias.Esta bien c q no soy muyyy romantica pero aveces mucha miel empalaga.........

Juan Carlos Antón Llanos dijo...

Me gustó el último párrado; es decir, buen final.