Según San Juanka
El ser humano goza del privilegio de autodenominarse pensante, pero muchas veces este pensamiento discrepa de ser racional. Al cambiar de latitudes, cambian las formas de pensar y actuar.
En la lejana Corea, un párvulo de apenas 6 años salió a jugar una calurosa tarde de verano. Como todo niño alegre y juguetón pensó que una travesurilla no le haría daño, o al menos eso creía.
De regreso a casa encontró un manzano cuyos frutos fueron demasiado tentadores para su noble espíritu. Intentó por todos los medios hasta conseguir su objetivo: llevarse a casa una jugosa y roja manzana como “trofeo de guerra”.
Cuando el padre llegó y preguntó sorprendido sobre aquella manzana, su hijo, muy orgulloso de sí, narró su hazaña.
Al terminar la historia, en varias casas aledañas se oyó un estrepitoso sonido: un soberano bofetón que tumbaron todos los dientes de leche del pobre infante. El resto es inenarrable.
Lo último que se oyó decir al padre: “No regreses hasta que no pongas esa manzana donde la encontraste”.
Al día siguiente, el vecino dueño del manzano toca la puerta del maltratado niño y cuando éste salió, le regaló uno de los frutos del árbol, por ser un travieso tan alegre y juguetón.
Ciertamente no le quedaron ganas de repetir la travesurilla, pero ¿fue la manera adecuada de aprender la lección?