22 agosto 2009

Preguntas

Estudié periodismo por pura y simple casualidad de la vida. Poco antes de terminar la secundaria, mi futuro era un tanto incierto. No tenía ni la más remota idea de qué diablos hacer o a qué coños dedicarme. Papá y mamá no tenían dinero suficiente para costarme la universidad. Lo más cercano a lo que podía aspirar era un instituto público de mala muerte, el mismo que para ingresar exigía rendir un examen de admisión.


Cuando me inscribí en ese proceso de admisión, la secretaria me informó que el siguiente domingo realizarían un simulacro. Afanoso por saber en qué nivel académico me encontraba y por tantear las posibilidades que tenía de ingresar, pagué los 10 soles que costaba y rendí dicha prueba. Al día siguiente, a pesar que mis conocimientos en ciencias exactas no eran ni son muy sólidos, mi nombre aparecía en el casillero 33 de los más de 700 que rendimos ese examen. Los resultados publicados, indudablemente, eran alentadores.

Con ese aliciente, regresé confiado a casa y no me preocupé hasta el día del dichoso examen. Con la misma sonrisa estúpida que llegué a casa después de ver los resultados del simulacro, me fui a conseguir lo que hasta entonces yo creía sería mi pasaporte para estudiar computación e informática –de todas las especialidades, era la única que me llamaba la atención–. Al salir de ese salón pensé, “mejor hubiese postulado a San Marcos, total este examen no estaba tan difícil”. Convencido totalmente de que había logrado mi cometido, me fui tranquilo.

Al día siguiente, grande y colosal fue mi sorpresa al saber que mi puntaje no alcanzaba ni para ingresar a mecánica automotriz –especialidad en que la cantidad de vacantes era superior a la de postulantes–. Alcanzar es un decir, en honor a la verdad no había sumando punto alguno. Y es que a diferencia de otros que obtuvieron puntajes paupérrimos de entre 8 ó 5 y otros que incluso debían puntos, mi puntaje no dejaba de sorprenderme. Si tomamos en cuenta que respondí 40 de las 50 preguntas, es seguro que erré en 32 y acerté sólo en 8. Solo así podía entender el monumental cero que obtuve, ya que otorgaban 4 puntos pregunta bien contestada y quitaban uno por la mal contestada. Con el hocico partido y con el rabo entre las piernas, regresé a casa.

Un año después, con 146 puntos ingresé a ese instituto. Cinco meses más tarde, papá me dijo que buscara alguna universidad ya que ahora si podía costear mis estudios. Por entonces, la idea de escribir ya me rondaba, pero hoy como hace 6 años me sigo preguntando si algún día podré vivir de las cosas que quiera escribir. Es probable que no. Ahora entiendo porque estudié periodismo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajajajaja.