18 agosto 2009

Todo entra por la vista

Según San Juanka.

Un buen truco que nunca falla.

Solamente a un genio se le ocurriría pactar una reunión para el mediodía, hora de la merienda. Yo me opuse pero en vista que todos podíamos en ese momento, fui claro al decirle al dueño de casa: ¡Bueno! Por lo menos que nos toque un almuerzo consistente.

Llegada esa fecha, mi mamá se sorprendió cuando le dije que no almorzaría en casa. Sin embargo, al final de cuentas llegó a comprender.

Una vez que la “manchita” estuvo completa, pusimos la agenda sobre la mesa. El primer punto: almorzar.

Salivando por la emoción, aunque más por el hambre, llegó el tan esperado estofado.

Mi primera impresión fue sorprendente, ya que creí no poder acabar con lo que tuve al frente; sin embargo, no ocurrió eso. Incluso, cuando terminé tuve una extraña sensación de vacío.

Tan sólo horas después, reflexioné que todo ello fue pura “finta”: la presa bien bañadita en jugo con algunos trocillos de zanahoria picada, dos mitades de papa blanca y un poco de arroz blanco bien pero bien esparcido. Por si fuera poco, sirvieron en plato tendido.

Del sabor no me puedo quejar, pero cabe resaltar la astucia del anfitrión: almorzó en plato hondo y no con un poquito de arroz, sino con un cerrito de éste.

Ciertamente, el dueño de casa sale ganando.