25 julio 2008

Amor outsider

El amor ─sentimiento impetuoso e inevitable─ ha tenido presencia recurrente en muchas páginas valiosas de la literatura, desde sus inicios homéricos hasta la novela contemporánea, otorgando la inmortalidad a muchos poetas y personajes novelescos que han hecho del amor una noble razón para justificar sus, a menudo, precarias existencias. ¿Es que sólo ese sentimiento liberador de fuerzas indescifrables, puede suscitarle al poeta la dignidad suficiente para compartir con el mundo sus glorias y derrotas pasionales, a riesgo de exponerse a la mofa o, lo que es peor, a la indiferencia? ¿Acaso esa dinámica interior, intangible pero latente en tantos personajes disímiles, no expresa, agazapada a veces en la ficción, la naturaleza del escritor? Pienso en Pedro Salinas, Neruda, Mariano Melgar, Bécquer; en el amor adolescente y fatídico de Romeo y Julieta; también en Las pernas del joven Wether, su desesperación, su agonía por el amor no correspondido que provoca Carlota.

El amor en los tiempos del cólera se incluye en esta serie de historias donde el amor condiciona la vida del hombre, engrandeciéndolo y haciendo de cada desafío y obstáculo que se presenta, una oportunidad para galvanizar su participación en el mundo.

Gabriel García Márquez, premio Nóbel en 1982, apela al realismo mágico para presentar el amor en todo su alcance humano en la figura de Florentino Ariza, que, desde que intercambia una mirada casual con la niña Fermina Daza, se entrega al amor con la vehemencia de sus diecisiete años, padeciendo sus síntomas que son los síntomas del cólera morbo: cagantinas y vómitos, fiebre y desmayos repentinos. Luego, cuando a través de cartas, ya había la promesa de matrimonio, el padre de Fermina se entera y la manda fuera de la ciudad donde unos parientes. Pese a ello, los jóvenes mantienen correspondencia, pero, dos años después, al retornar, Fermina encuentra a un Florentino avejentado y feo, que sólo le inspira lástima: ella no es consciente de los estragos que causa el amor.


La aparición del doctor Juvenal Urbino, prototipo opuesto al enigmático y sombrío Florentino Ariza, permite a Fermina Daza conocer otro lado también válido en el amor, que se explica con precisión en una frase del médico: “Recuerda siempre que lo más importante de un buen matrimonio no es la felicidad sino la estabilidad.”

En el dolor del rechazo, Florentino Ariza se promete alcanzar el anhelado amor de Fermina Daza cuando su esposo muera, y en esa espera se pasa la vida estrenando amores desesperados con más de seiscientas mujeres, comprendiendo que ninguno tiene el aliento heroico que el amor de la diosa coronada. La historia tiene un final feliz para él, aunque tardío: después de cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches, puede, por fin, en esa travesía en crucero por el río Grande de la Magdalena, vivir el último suspiro del amor.


Más que una novela, El amor en los tiempos del cólera es un tratado del amor. Pero no un amor endiosado, etéreo, sublime. Todo lo contrario: el sentimiento que mueve a Florentino Ariza es terrenal, bastante humano y, por consiguiente, es perfectible y hasta censurable, porque nunca se admitirá infidelidad como la de él: la escandalosa cifra de más de seiscientas noches de amor con mujeres de toda laya, desde las más cultivadas hasta las más sencillas. Es que Florentino Ariza, que dice que su corazón tiene más cuartos que un hotel de putas, y, no obstante, está pendiente de la vida de la diosa coronada y llena volúmenes de versos sólo para ella, es el personaje inolvidable de esta historia, nada esquemático y previsible y, por eso, más cautivador e intenso conforme se conoce los detalles de su vida. Por ejemplo que su padre jamás lo reconoció, y, sin embrago, qué tan idénticos eran ambos en el amor y en su inclinación por la música.

En El amor en los tiempos del cólera podemos encontrar las sentencias y teoremas que describen las supersticiones, exabruptos, frustraciones y glorias del amor que, escritos por Gabo, son de lectura aleccionadora y exquisita.

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