18 agosto 2008

Casi famoso

Antes que nada debo disculparme, esta tarde tenía pensado dar por terminada la trilogía de mis experiencias borrachosas, pero unos inconvenientes me han dejado sin tiempo. Sin embargo, era imposible dejar de publicar. Les dejo una de mis peculiares anécdotas, algo que pudo convertirme en famoso, pero no de la forma que hubiera querido.


Son las 11 de la mañana en un jueves cualquiera y una larga cola se extiende alrededor de la cuadra 20 de la avenida Salaverry en el distrito de Jesús María, una cola en donde se mezclan niños y personas mayores, mujeres y hombres con necesidades parecidas y un objetivo en común, participar en “Trampolín Latino”, un programa regalón y divertido, según su animador Carlos Álvarez. Esta fila de seres que aspiran ganarse “alguito”, no parecen caracterizarse esencialmente por su limpieza y pulcritud, y aunque ésta solo fuera una mera suposición, lamentablemente fue confirmada de manera rotunda y categórica después de una breve e involuntaria verificación aromática.

Aunque mi intención nunca fue la de realizar un control de calidad sobre el tipo de perfume que utilizaban estas personas, infortunadamente tenía que lidiar con este y otros inconvenientes a lo largo de mi incursión matutina por las adyacencias del canal 2.

Debo decir que esto sucedió hace algunos meses, antes de culminar la universidad tuve que hacer un informe sobre las mentiras y las verdades de los programas de televisión. En ese entonces no trabajaba en El Comercio. Y dicho informe formaba parte de mis prácticas en el Diario La Primera.

Lo concreto fue que al caminar hacia el final de la fila me encontré no sólo con la mirada desconfiada y los gestos fastidiados de más de un individuo, sino que también tuve que interactuar con cuanto vendedor de comida se cruzaba en mi camino.

Las ofertas eran nada despreciables en materia de precios, no así el aspecto de sus productos, visiblemente nocivos para un estómago como el mío, que sin llegar a ser exquisito, cumple con los requisitos necesarios para calificarse como uno estándar.Así llegué al final de la cola y me aposté sobre la pared, delante de mí había una joven y su madre, una mujer bastante mayor, reclamando porque alguien se había “zampado” adelante, y digamos que la solicitud que hacían llegar al ocasional “colado” no era la más cordial y diplomática.

El tiempo pasaba de manera lenta, el calor parecía consumirnos a todos, algunas personas pasaban el tiempo entre la tertulia y la lectura de periódicos. Mientras tanto, yo pensaba que si seguía parado sin hablar con alguien, la gente podría suponer que no estaba ahí especialmente para ver el programa en vivo y en directo, así fue que decidí empezar una plática con la chica que tenía delante mío, le pregunte si le gustaría participar en algún juego y quien sabe ganarse un premio. Su respuesta fue sólida y contundente, “no, he venido a broncearme con el sol”. Hasta después de su interlocución no había comprendido lo estúpido de mi pregunta. Esta gente haría cualquier cosa por ganarse aunque sea una bolsa de “sibarita”.

Después de mi extensa conversación con la joven Silvia, opté por comprar un periódico y ocupar mi espera en alguna actividad menos vergonzosa que la charla anterior, sin embargo, un escándalo llamó mi atención, era un personaje de la producción del programa que elegía a las personas que concursarían en los juegos, las señoras pugnaban por ser ellas las eventuales estrellas de este evento televisivo. Todos querían participar, cada uno de ellos tenía un problema peor que el otro, todos esperaban estar cerca de Álvarez y contarle sus penurias, esperando que éste les ayude con “alguito”, todo era bien recibido, dinero o algo que luego se pueda vender para paliar de alguna manera la desventurada existencia que les tocaba vivir y que estoy seguro no eligieron.

Quedé distraído mientras observaba las quejas de unos individuos que se encontraban atrás de la cola y que exigían participar también en los concursos, hasta que ese pequeño hombrecito que seleccionaba a los participantes quedó frente a mí y me dijo, “tú, tú bailarás con esta señora”. Nunca imaginé encontrarme en esa infortunada situación, la fémina a la que hacia mención era una dama de dimensiones escalofriantes, poseedora de una abundante masa corporal, quise opinar sobre mi arbitrario designio, pero este infeliz sujeto no esperó mi respuesta y siguió con su recorrido. Entre tanto, la voluptuosa mujer me empezó a proponer ansiosamente algunos trucos con los que era casi un hecho ganar los 100 soles que estregaban a la pareja ganadora.

Mi cerebro comenzó a trabajar a mil revoluciones por minuto, como diablos saldría de este complicado incidente, ¿qué haría?, tendría que sacrificar la razón por la que vine, si me iba ya no podría observar el desarrollo del programa desde el set de televisión, y si me quedaba pasaría la vergüenza de mi vida, porque nunca falta el amigo de tu amigo que ve estos programas y el comentario se expandiría como pólvora regada. Tomé una decisión acertada, “Ya regreso voy a llamar a mi casa para avisar que saldré en la televisión”, me excusé. Media hora después estaba observando el programa y pensé que podría hacer con 50 soles, el premio del concurso, al no encontrar respuesta sólo atiné a cambiar de canal.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Estufador!!! tas estufando a la gente!, coloca un texto nuevo vagon Hurtado!!!, ese ta más repetido que figurita de Nigeria en el albun del mundila de USA 94.
Deja de Estufar a la gente...jajaja mentira ta bueno nunca me hua cansar de leerlo. el recurso de la gorda me parece genial.