08 agosto 2008

La totalidad narrativa

Es curioso que en la historia de la literatura las sociedades azotadas por la
injusticia, las guerras, la pobreza, la dictadura y la corrupción, hayan sido --y son-- las protagonistas de grandes empresas novelescas. Se podría citar El tambor de hojalata de Günter Grass u Oliver Twist de Charles Dickens, entre otros títulos importantes.

En el caso peruano, Conversación en La Catedral (1969) es, quizá, el ejemplo más notable de la novela que tiene el propósito evidente de describir, en su totalidad, las consecuencias inexorables de un régimen dictatorial: el ochenio de Odría (1948-1956). El escritor peruano Mario Vargas Llosa, emblema vivo de la literatura, expone, a través de los diálogos y monólogos de varios personajes, el testimonio de una nación condicionada por las decisiones despóticas del gobierno militar que no admite réplica ni debate, que emprende persecuciones políticas a la menor --o aparente-- tentativa de sedición. Ese clima opresivo alcanza a todos los estratos sociales: el régimen está autorizado para entremeterse en los negocios de la burguesía, a la cual fiscaliza severamente hasta el atropello de la intimidad familiar; mientras tanto, saca provecho de la necesidad e ignorancia de los miembros de la clase popular consignándoles tareas sucias y maquiavélicas, ya sea como agitadores, espías, soplones, matones o sicarios. Así, el chantaje, la corrupción y la muda complicidad forman parte de la vida social.

Terminada la dictadura militar, la generación, que pasaba a la edad adulta durante el régimen odriísta, continúa impregnada de apatía y nula esperanza. Recordemos la frase famosa de Zavalita en las primeras páginas, ¿en que momento se jodió el Perú? Es sólo el prefacio de la frustración imperante que recorre todo el diálogo entre él y Ambrosio, ex chofer de la familia Zavala, en el decadente bar La Catedral. En la historia somos testigos del crecimiento moral de Santiago Zavala, desde su decisión adolescente de estudiar en San Marcos contrariando la voluntad familiar y las costumbres de su clase social y, ya en la edad adulta, se nos presenta como un hombre sin ideales, evocador de las oportunidades perdidas y preso de la rutina laboral y conyugal.

Pero es Cayo Bermúdez quien despierta mayor inquietud en el lector. Se trata del provinciano de origen modesto que, valiéndose del oportunismo, el falso honor y las intrigas, se adentra en la burocracia y, finalmente, llega a ser ministro de Gobierno y el hombre de confianza del presidente. La etopeya que los personajes confeccionan de Cayo Bermúdez (en la realidad Alejandro Esparza Zañartu) revela al hombre calculador e implacable en sus métodos, al ser maniático de antojos sexuales enfermizos y al tipo resentido con su pasado provinciano y mediocre, la acertada personificación de quien llega al poder para saciar su sed de venganza, de revancha con una sociedad racista e hipócrita que siempre lo miró de soslayo y que si lo admite es a regañadientes, únicamente, por gozar del favoritismo del presidente y la posición económica que ello significa. Es, sin duda alguna, uno de los personajes más detestable --y por eso más recordado-- de la novela peruana.

Los detractores de Vargas Llosa le han increpado constantemente la recurrente frustración que se transpira, sobre todo, en ésta y en sus primeras publicaciones. Tal vez olviden un axioma literario que reza así: cada sociedad tiene la literatura que se merece. Sencillamente cierto.

Conversación en La Catedral es un libro que reúne muchas historias que convergen y, por tanto, puede resultar complejo por su estructura y dinamismo narrativo al lector no habituado a la novelística de Vargas Llosa; sin embargo, su lectura es considerada imprescindible por ser fiel reflejo (aunque seguramente con cierta dosis de ficción) de un período aciago de nuestra historia republicana y necesaria para comprender nuestro presente; además de constituir una proeza narrativa de primer orden, sin precedentes en la literatura.

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