15 agosto 2008

Regionalismo (costumbrismo, criollismo) y narrativa neoindigenista

En setiembre de 1967, Vargas Llosa y García Márquez, dos colosos de la literatura contemporánea, sostuvieron un diálogo en la Universidad Nacional de Ingeniería, que tuvo como epígrafe: La Novela en América Latina.

En la última parte de este interesante coloquio, luego de abordar el tema de la narrativa costumbrista, el escritor peruano preguntó a su interlocutor:

--¿Qué cosa crees tú que ha quedado de toda esa literatura criollista? Concretamente te hablo de esa generación, Rómulo Gallegos, Jorge Icaza, Eustasio Rivera, Ciro Alegría, de toda esa generación que en general se puede llamar “costumbrista” o “nativista” o “criollista”, ¿qué ha quedado de ellos y qué cosa ha desaparecido?

La respuesta del Premio Nóbel colombiano fue sencilla y categórica.

--Yo no quisiera ser injusto. Yo creo que esta gente removió muy bien la tierra para que los que vinieron después pudiéramos sembrar más fácilmente; yo no quiero ser injusto con los abuelos.

Y es verdad. De manera abrumadora, solamente la publicación de las novelas Doña Bárbara (1929) y El mundo es ancho y ajeno (1941) lograron volcar la atención de la crítica internacional hacia los novelistas latinoamericanos; claro está, antes de la renovación de la novela y sus nuevos protagonistas.

Sin embargo, gran parte del éxito y acogida de ambas novelas se explican por el cariz de denuncia que exponen y la descripción romántica de paisajes, personajes, costumbres, mitos y leyendas del ámbito rural, que, en aquellos años de afirmación nacionalista y paternalismo indígena, sedujo a la gran mayoría de lectores.

Un caso distinto es el del loable escritor neoindigenista José María Arguedas, cuya obra --despojada de una visión caritativa del indio, pero engrandecida por las excelentes dotes narrativas del escritor compenetrado totalmente con el mundo indígena-- continúa generando lecturas apasionadas, debates ideológicos e investigación permanente por parte de los intelectuales de nuestro tiempo.

Es que la narrativa de Arguedas --en especial la de Yawar Fiesta (1941) y Los ríos profundos (1958)-- nos permite conocer la realidad verídica del indio, sondear su temperamento, al mismo tiempo que participar de su estilo de vida y sus costumbres; pero ya no desde un enfoque humanitario que degenera la naturaleza de la novela a causa de su afán asfixiante de denuncia social, sino, como debe ser, desde la perspectiva del propio indio, pero de modo objetivo y visceral, más creíble y auténtico. Prueba irrefutable de ello es su fidelidad al lenguaje del indio (propio de la zona sur de Perú) y la reivindicación de su cultura, que, en las novelas citadas,
alcanza una alegoría patria, de destino común con esos personajes aislados por la postergación histórica y el desacierto geográfico.

Por eso, conforme lo señala el crítico literario Ricardo González Vigil, Ciro Alegría es el narrador de mayor éxito internacional antes de Mario Vargas Llosa, pero la obra de José María Arguedas es la más profunda y valiosa del neoindigenismo.