05 septiembre 2008

El héroe del mar

El mar, como escenario, siempre ha funcionado en literatura.
Son muchos los mitos y supersticiones que alberga, además de reunir los vestigios de cruentos combates, hazañas memorables y la vida animal y vegetal que contienen sus profundidades. Sin duda, estimulante y poético, propicio para la creación artística y literaria.

Fueron muchos también los escritores que dedicaron buena parte su obra a homenajear al mar. Poetas como Rafael Alberti (acaso el que mejor logra identificar la condición humana con el mar) con el poemario inmortal Marinero en tierra; novelistas de la talla de Robert Louis Stevenson, con La isla del tesoro, Joseph Conrad con Lord Jim y Herman Melvilla con esa alegoría de la lucha humana contra el mal en Moby Dick.

Pero si ha habido un escritor que se ha servido del mar, no solamente como el espacio para recrear una historia, sino para erigirlo como protagonista, ese escritor fue Ernest Hemingway (premio Nobel de 1954).

Y no podía ser otro. En Hemingway había vitalidad, curiosidad permanente, lo acompañaba a todas partes el espíritu de aventura de los grandes viajeros de la historia. Todos esos rasgos de sus personalidad activa los volcó en sus novelas, testimonios narrados con objetividad, un lenguaje sencillo y directo.

Su novela más famosa, El viejo y el mar, transpira con mayor énfasis esa filosofía de vida. En la historia asistimos a la aventura amarga del viejo Santiago, un pescador del Caribe que, luego de 84 de nulidad en su oficio, logra pescar el gran pez espada que, al final, será llevado por él a Gula Stream (Cuba), pero convertido ya en desecho a causa de los tiburones que le acometieron pese a la lucha vigorosa del viejo. Es precisamente ese enfrentamiento de Santiago contra las bestias marítimas lo que quiere reflejar Hemingay y que constituye la grandeza de este pequeño relato: los vanos esfuerzos humanos para hacerle frente a la naturaleza, generosa, pero, también, cruel, implacable. En este caso específico: el mar como aliado y enemigo a la vez.

El viejo Santiago, aunque devastado en su amor propio de pescador, se yergue ante nosotros con dignidad en aquella lucha desigual. En él hay uno de los valores paradigmáticos de Hemingway: el coraje. Coraje que contagia a Manolín y que, es seguro, se perpetuará en esa estirpe de hombres curtidos y bizarros que son los pescadores. Cómo olvidar ese recuerdo oportuno, para darse más confianza, en que venció pulseando al negro de Cienfuegos, cuando entonces no era el viejo, sino Santiago El Campeón. Cómo no dormir sin soñar con los leones marinos que alguna vez vio. Cómo no conmoverse en la lectura de este soliloquio del viejo al atisbar el peligro inminente:

“--¡Ay! --dijo en voz alta--. No hay equivalente para esta exclamación. Quizás sea tan sólo un ruido, como el que puede emitir un hombre involuntariamente, sintiendo los clavos atravesar sus manos y penetrar en la madera.”

Poético, irónico, lúcido es también el lenguaje de Hemingway en este libro clásico, de lectura ágil y emotiva.

0 comentarios: