29 octubre 2008

Otra de viajeros...



Según San Juanka

Pero si me pasa cada cosa cuando estoy fuera de Lima. La semana pasada cuando estaba en Arequipa, me acordé que hace unos años – para ser más preciso en el 2003 – fui a Pisco a celebrar Año Nuevo y esto fue lo que ocurrió.

Luego de una juerga bravaza por un Año Nuevo fuera de la monótona capital, mis amigos y yo decidimos quedarnos hasta el día siguiente porque es irracional que alguien vaya a un lugar y regrese sin conocerlo.

Económicamente "no había ningún problema" – y posteriormente se darán cuenta el por qué entrecomillé la frase anterior – porque los boletos de regreso los teníamos comprados y bien seguros en nuestras maletas que estaban en la recepción del hotel (vaya que gracioso soy, apenas si llegaba a la categoría de hostal ese albergucho). Incluso nos sobraba un sencillo para gozar de un pequeño tour por las playas pisqueñas y llegar hasta la otrora Bóveda destruida en el terremoto del año pasado. Pero sólo teníamos para ese tour, no nos alcanzaba ni para un pancito.

Hasta ese momento, seguíamos gozando de las maravillas de este departamento, ni siquiera el hambre nos podía doblegar y eso que durante todo el día solamente comimos algunas cosillas compradas con anterioridad.

Total, por un día que deje de comer no me pasaría nada. Lamentablemente, nuestras reservas líquidas escaseaban hasta que ocurrió lo inevitable... Mirar a la gente disfrutar de sus gaseosas heladas en medio de la playa, mientras que nuestra única manera de mantenernos hidratados era lamernos los labios y soportar lo insoportable: La Sed.

En un momento observé las manecillas de mi reloj y al darme cuenta que faltaba mucho para regresar; me vestí de mendigo y no me refiero a estar andrajoso, ni sucio; sino a pedir algunas monedas para comprar un poco de agua.

Pero antes de cometer la locura, se la comenté a mis amigos y en vista que ellos no estaban tan desesperados como yo, tomé las riendas del asunto.

Me imaginé que una familia con varias botellas completamente llenas, no les costaría nada regalarme aunque sea una... A los que me conocen sabrán que soy algo fresco, pero no para convertirme en indigente. Déjenme decirles que la necesidad me obligó a convertirme.

Señora disculpe, soy turista y me quedé sin dinero. Sólo tengo mis boletos de regreso, no sé si podría regalarme un poquito de gaseosa.

Fueron las palabras con las que me dirigí a la señora y ésta al verme, se apiadó de mí obsequiándome media botella con gaseosa heladita que en esos momentos era lo único que quería tomar.

Aunque nunca pensé hacer algo así, me pregunto si usted haría algo parecido.

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