14 octubre 2008

Rodrigo Machado y su viaje que jamás acaba

El Viaje (Lima, 1961). Dedicado a sus padres con un epígrafe de T.S. Eliot y dividido en seis secciones, compuesto por veintitrés poemas y un epílogo; aparece meses después de obtenido el Premio “El Poeta Joven del Perú”.

La mayoría de poemas están titulados con números naturales. En definitiva, aquí hay una evolución estética, un cambio radical en el sentido de invocar las palabras, de construir los pensamientos; la vida la recuerda en un hecho del pasado o como un "algo" que aconteció desafortunadamente. Los recuerdos del río son débiles pero notorios aún. “
Quisiera descansar / todo un año / y volver mis ojos / al mar,...” (pág. 45).

El viaje, como su nombre lo dice, es como un puente que el poeta sabe muy bien construir y cruzarlo, aunque es evidente un remordimiento interno, una crisis de ideas y de recuerdos. “
Es difícil dejar todo abandonado” (pág. 47), donde “Todo sucedía como siempre”, y qué será ese suceder tal vez sea lo que hay en este mundo bueno y hermoso, malo y risible a la vez.

Se debe anotar que aquí en estos versos se va haciendo más clara la dualidad del tema de su poesía (vida y muerte). Las categorías gramaticales se prestan para ello. El poeta hace participar a sus seres queridos, asumiendo esa poca tradición dada en nuestra poesía citaré a: Abraham Valdelomar, César Vallejo, Sebastián Salazar Bondy. El primero con sus poemas, “
Tristitía”, “La casa familiar”, “El Hermano ausente en la cena de pascua”, “A mis hermanos, José Roberto, y Anfiloquio”. César Vallejo. “A mi hermano Miguel”, “Enereida”, el poema III, XXVIII, LXV, LXXV, de Trilce y “El buen sentido”, “No vive ya nadie” de (Poemas en prosa). Y Salazar Bondy, “Grabación para Augusto”, “Sombras del origen”.

Heraud trae a sus seres queridos y les cuenta su angustia, su ausencia.
“Yo descansé / en la sierra”, “Hoy he vuelto / mis caminos, partí hace ya / un año, no sé si he nacido”, He vuelto ya Mamá, Papá, /he vuelto Hermanos, / aquí estoy / como antes” (pág. 48-49). El poeta duda del tiempo que ha existido y de su partida. “No sé si he descansado, y es que en el camino / encontré un sauce que reía con el viento” (pág. 48), trae a su recuerdo el río, lugar que lo acompañó para morir. “El canto de los / ríos / acompañaba a mis / pies” (pág. 51). Después de haber regresado por los campos, haber viajado todo un año. “por los pueblos de los sueños” (pág. 52), “que nunca se puede / vivir tanto” (pág. 53) y sin saber cuánto dura la muerte o el mal designio para el hombre, Heraud dice: “alguna vez saludaré / a la vida y esperaré / a la muerte alegremente” (pág. 54). Afanoso lector de Quevedo hizo del sueño y del viaje unos emisarios de la muerte y de la vida hizo ríos aunque, “Todo se fue / rápidamente / no hubo tiempo / para la cosecha, / ni para / sembrar el trigo / en los maizales” (pág. 57). Por su juventud inquieta como artista del verso y como político, su presentimiento estuvo latente en su conciencia, su manera desafiante de enfrentar los retos poéticos y los acontecimientos de la vida le llevan a escribir de manera transparente y sincera. “No tuve miedo de la muerte / no pude sembrar / el amor como quería” (pág. 57), empero, es conciente de su inmortalidad cuado él mismo se proclama: “No estoy muerto” porque sabía que su poesía era de una generación y sus versos “Nuevos albores /, nuevas tristezas” para la poesía del Perú. Las estaciones connotan la historia del tiempo por el cual transcurre la vida del hombre; “oscuro es el tiempo y leves / las sonrisas de los días” (Pág. 61), al invierno lo liquida de la siguiente manera “Agosto ha pasado ya / duras primaveras / acosan mis olvidados / recuerdos” (Pág. 62), agosto representa el último mes del invierno, luego viene la primavera “del tiempo y del amor / ahí donde vibraban / los viejos clarines, allí donde sonaban / los viejos sonetos” (Pág. 63) para el poeta, el verano es la mejor estación. “Redoblados soplos de amor/sacuden el corazón y los ojos”, “Recojo y siembro las semillas / del amor” (Pág. 64) y el otoño es lo trágico. “En los ríos del otoño, / mi sangre, los muertos / mi amor, las hierbas caídas, mis labios, las cicatrices abiertas”, pero, al final retoma la ternura, primera característica de su poesía. “Se fundirán como / una primavera, / se unirán como niños / jugando / en el eterno renacer / de nuestros corazones” (Pág. 66).

Las estaciones son además el símbolo de este poemario como lo es también su casa. “No derrumben mi casa / vieja, había dicho” (Pág. 69). Casa, símbolo de amor familiar cariño, fraternidad y dicha. El poema Mi casa muerta fue leído en París, en una entrevista que le hiciera Mario Vargas Llosa. Heraud describe aquella vez a su poesía de tipo narrativo, de tipo descriptivo veamos lo que el afirma. “Una reja castaña y alta que / los niños a la salida / del colegio / saltaban fácilmente / llevándose las manzanas / y las moras, / las granadas y las flores” (Pág. 70). El amor que el poeta sentía por su casa y su familia es muy grande léanse sino sus cartas, y sólo en una poesía limpia y fácil de comprender puede explicarse la ternura en toda su sencillez como él lo hizo. “Mi corazón se quedó / con mi casa muerta. Es difícil rescatar / un poco de alegría” (Pág. 71). “Yo no me rió / de la muerte” (Pág. 76-77).

La muerte, la vida, la lucha, el amor, la esperanza, la naturaleza son temas resueltos magistralmente por Heraud, éste adolescente poeta como los grandes: Manrique, Quevedo, Machado, Vallejo, sabía que la muerte es inherente en el hombre de la cual hasta hoy nadie ha podido escapar. Sin embargo, tiene fe en la vida y en los hombres unidos y justos. “Creías poder vivir solo / en el mar, o en los montes”, antes a este verso había anticipádose haciendo uso de la segunda persona en singular, aunque el sujeto es tácito, “quisiste descansar / en Tierra muerta y en olvido”, concepto aplicable a aquel que en vida no hace nada por sí mismo ni por los demás. Heraud no fue ni será uno de ellos él aró, sembró y cosechó como él mismo dijo, él sabía del dolor entre su llanto por los otros que son los más como diría Vallejo, lástima que, “pobre /amigo. “No sabías nada ni llorabas nada”, esa es una las frases desgarrantes de la poesía heraudiana porque nos conduce hasta nuestro interior para iluminarnos y hablarnos que si supiéramos todo lo que predicamos y hacemos, dejaría de haber tanta soledad entre los hombres. Lo más importante e impresionante es el tejido de ideas con las cuales fue elaborado este poema que habla de la muerte como idea opuesta de la vida, el poeta ve la parca como algo natural y hasta quizá como el único refugio. De manera desafiante. “Yo nunca me río / de la muerte / simplemente / sucede que / no tengo / miedo / de / morir / entre / pájaros y árboles”. Hecho que sucedió porque arriesgó como pocos, buscó tanto: solidaridad, igualdad y no encontró en este mundo de la barbarie. “Pero a veces tengo sed / y pido un poco de vida...” Prosigue imprecando de lo absurdo de la vida para muchos desesperante, “a veces tengo sed y pregunto / diariamente y como siempre / sucede que no hallo respuestas / sino una carcajada profunda / y negra”. En suma, el poemario reúne madurez artística, ideológica, calidad de lenguaje. El vate concluye reafirmando que el jamás guardaba miedo a la muerte como ya se dijo es propia del hombre, por eso al final repite. “Ya lo dije, nunca / suelo reír de la muerte, / pero si conozco su blanco / rostro / su tétrica vestimenta” y con epítetos alusivos a la imagen que creemos todos tener de la muerte termina “blanca casa, blanca vestimenta”.

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