26 diciembre 2008

Cartas a Gamaniel I

Querido Gamaniel:

¡Quién soy yo para hacerle daño! Me quiere, se preocupa, sufre por mi existencia. Seguro llora en su almohada mi manera de ser; finge que es fuerte y entusiasta conmigo, pero la duda le confunde el alma. Estudiará contagiando su pesar con mi figura. “Te quiero, eso es todo.” Me bastaría para vivir diferente. Lo cierto es que no quiero otra vida.

Yo también lloro mi soledad en silencio. Evoco mis años íntegramente. La imaginación no me engaña. Deseo huir, Gamaniel. No conocer a alguien, y empezar, reanudar mi edad. Cómo me gustaría ser hijo del campo y que la naturaleza acompañe mi pensamiento hasta la muerte. Te envidio tanto, primo.

Le temo a la mujer que ama con delirio, sin anunciarse, sólo amando. La injusticia se encarna en mí cuando busco consuelo, besos, alegría sin amar. Siento un orgullo vacío. Ella ama mi compañía, mis cartas, mis caricias; yo sólo amo su existencia.

Gamaniel, la edad que tú tienes me lastima. Soy un joven cansado de vivir poco y soñar menos. Escríbeme desde el ande y soplando la quena, recuérdame. Yo correré por la plaza con el sol castigando mi inquietud. Escucharé el viento soplar con vehemencia, quemará en mis labios la sierra bendita. Tú te persignaras tres veces. Luego, cogidos de la mano, seguiremos el camino de la acequia.

El camino empedrado de la aldea me duele como el pecado de ayer. Tu inocencia silbaba para los auquis; la mía me crucificaba para no resucitar. Te extraño.

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