22 diciembre 2008

Los ojos de la miseria

Nadie puede llamarse a sí mismo un errante, si es que en sus espaldas no carga un cúmulo de fracasos. Fracaso no es sinónimos de Game over. Los tropiezos son, al menos para mí, un tajo en el brazo de un delincuente. Vale decir, te dan cierto kilometraje. Algo importante en cualquier aspecto de nuestra vida tanto laboral como emocionalmente.

Y las fiestas navideñas no son la excepción. En momentos en que la miseria y la alegría se mezclan ambas en un mismo mes, en un mismo día, todo puede suceder.

Mis Navidades han sido siempre familiares, ninguna de las 23 nochebuenas anteriores las he pasado alejado de mis padres y hermanos. Y este 24 a la medianoche, que será casualmente la Navidad 24 en mi vida, la pasaré Dios quiera en compañía de ellos.

Sin embargo, estas festividades no siempre tuvieron procesos felices, aunque creo yo, si desenlaces más que saludables.

Recuerdo una muy especial. Cuando tenía 8 años, pedí para esas pascuas una camiseta del equipo de mis amores, Deportivo Municipal, todo el año y sobre todo, los últimos meses esperaba y anunciaba que para la primera pichanga ‘post navidad’ tendría en mi pecho la banda. Sin embargo, aquella noche el regalo prometido no fue el que esperaba, mi madre, que me había prometido la camiseta, me entregó un trailer a tracción que se daba vueltas sobre si mismo.

Comprenderán que para un infante de esa edad, con muchas más neuronas que hoy, según estudios científicos, pero con menos uso de ellas (mejor dicho no las usaba de la manera adecuada), despotriqué en contra de mis padres y me puse a llorar en medio de la sala. En definitiva arruiné la noche, me importaba un pepino el pavo y el chocolate, los cuetes eran un artilugio más y por si fuera poco, lo más importante, el nacimiento de Jesucristo había pasado a un segundo o quinto plano.

En un arranque de lucidez vi los rostros de mis tíos, hermanas y padres. Y avergonzado de mí, pedí disculpas. Sin embargo, sabía por dentro que no quería hacerlo. Y que lo que más anhelaba era esa camiseta de Municipal.

Han pasado muchos años y en todas ellas he contado la anécdota y he vuelto a pedir disculpas por lo sucedido. Esta vez de todo corazón.

Dice Gabriel García Márquez que la pobreza se ve en la mirada. Hoy vi esa mirada en un niño que subió al autobús en el que me regresaba a mi casa del trabajo. Cuando se abrieron las puertas en silencio se bajó en la estación de la indiferencia. Ahora en mi casa, debajo de la almohada, solo puedo pensar en sus ojos, llenos de claroscuros, pero a la vez tan miserables como una limosna. Hoy luego de la canción pude entender al Gabo.

A todos los lectores del Blog les deseo una Feliz Navidad.

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