30 enero 2009

Cartas a Gamaniel VI

Querido Gamaniel, he podido encontrar todas tus cartas hace un momento. No sabes cómo me duele haber pensado lo peor de ti. Primo, siempre habías escrito, con esa caligrafía perfecta que transpira una personalidad delicada, pueril. Me entero que tienes novia. Haces bien, es lo mejor para ti. Procura hacerla feliz; dices que es de Majes, qué coincidencia, allí se han escrito momentos valiosos de nuestras vidas. Es un lugar muy especial para mí.

Es lamentable, sin embargo, saber que mi madre ocultaba todas tus cartas. Tuve que decirle que me marchaba para conmover su corazón de piedra, y recién me descubrió su cajón con tus misivas. Han pasado tres años, le dije, cómo pudiste. Su rostro se contrajo en una mueca, parecía que iba a llorar. Lárgate, me dijo.

Ahora te escribo desde el bus. Sí: he partido, estoy huyendo de nuevo; voy en pos de vivir el recuerdo. ¡Perdóname! Me es irresistible la idea de abandonarte en una fotografía, que a fuerza de tanto verla se envejece.

¡Y pienso en ella! En su carita dura diciendo que ya no merecía esto, que yo la descuide tanto. Le he escrito hace poco; casi le he suplicado con un poema que no me abandone y no responde. Abatido por la causa perdida, por la imposible redención, no me queda más que reconocer cuán grande era su amor.

El rostro de mi madre surge en otro reclamo, más severo, más cruel y por eso más perenne. Divorciarme de ella es divorciarme de ese mundo regido por prejuicios que sólo agrandan las diferencias entre los hombres. Yo tengo derecho a ser lo que quiero ser, sin condicionamientos de ningún orden.

Estoy cerca, a unas horas de ti, para abrigar el consuelo —el conformismo— de volverte a ver, conservando la esperanza de entregarte este papel, a escondidas, como fuese, como siempre ha sido este sentimiento sedicioso que nos liga.

Tuyo, Edmundo

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