11 marzo 2009

Las apariencias engañan

Según San Juanka

Elegancia excesiva. Camisas y corbatas sin una sola raya. De derecha a izquierda: sacos y ternos perfectamente abotonados con una rigidez impresionante. Zapatos recién salidos de la tienda y en algunos casos la cara del dueño dejaba su huella en ellos. No cabía un solo alfiler.

Salvo una persona que marcaba notoriamente la diferencia. Zapatillas blancas, pantalón jean descolorado y un polo con cuello redondo. Ah pero eso sí: bien peinado y limpio. ¿Tienen idea de quién se trata? Pues se trataba de mi persona, quien – por aumentar mis conocimientos – fui a una conferencia sobre economía, la misma que tuvo como antesala una condecoración especial al mismo expositor.

Pese a conocer del tema (la condecoración en mención) y por cuestiones de comodidad, llegue al lugar como me gusta vestirme. Por si fuera poco, me coloqué en primera fila y al parecer era un asiento reservado porque momentos después estaban armándose de valor para decirme las cosas, pero como no tuve intención de hacerles caso (además que ya no había asiento disponible), se guardaron esas palabras.

Pero ahí no quedo todo porque llegó un momento en que las personas de mi costado cruzaron ideas que a la larga les hizo perder una parte de la conferencia y por subestimarme, no me preguntaron nada pese a que entendía las cosas mejor que aquellas personas.

Al finalizar la reunión y para no quedarme con fastidiado, me acerqué a estas personas, me presente y posteriormente les obsequié una tarjeta a cada uno.

Su rostro de sorpresa fui lo último que pude ver cuando se enteraron que a mi corta edad tenía los mismos estudios que estas elegantes personas.

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