09 abril 2009

Un extraño episodio en media hora

La mesa de cemento bajo la cabaña sin paredes estaba generosamente adornada y llena de productos para comer; carne, choclos en ollas, papas sancochadas, Bajo la mesa el cooler guardaba chorizos y hotdogs listos para poner a la parrilla que aún se estaba encendiendo, yo a un costado agitaba fuertemente un plato de plástico junto a los carbones para que ardieran con mayor prontitud y no sean alcanzados por mi voraz apetito que disimuladamente iba en aumento.

A lado de la mesa en las bancas de cemento también estaban colocadas unas cinco botellas de gaseosa de tres litros cada una de ellas, una Guaraná helada, las demás a temperatura ambiente es decir totalmente calientes por el abrasador sol de ese domingo casi ya al medio día.

Luego de prender el carbón y colocando la parrilla grasienta encima, jugué un poco con un trinche y un pedazo de carne intentando limpiarla mientras observaba las gaseosas calentándose cada vez más, las otras cuatro que no estaban heladas eran gaseosas negras, imposibles de pasar a esa temperatura, necesitaba urgente unos hielos.

Mi padre junto con unos amigos más conversaban haciendo una redondela al lado de la cabaña dándole la espalda a la mesa, entretenidos en una cháchara vivaz, quizás de recuerdo, quizás cosas más actuales, no me entretuve tratando de adivinar el ameno coloquio sino que más bien exabruptamente lo interrumpí y le pedí las llaves del auto y algo de dinero para ir a comprar una bolsa de hielo.
Bueno me dijo, traes también un detergente y un vino, nada más le conteste, no nada más, estas seguro, si si, le pregunte en varias ocasiones porque detesto que me estén llamando para hacerme traer cosas que previamente no habíamos acordado, sobre todo cuando lo hace una mujer, porque es muy típico de ellas olvidarse de las cosas, pero al viejo si se lo podía pasar, justo por eso cuando estaba a unos diez metros de él marchándome hacia el estacionamiento del auto me grito, compras servilletas a lo cual hice un gesto de disgusto sin querer y solté un puta madre, quizá el más inocentón de mi vida, pero al fin le dije, ¿Nada más?, a lo que me contestó dándose la vuelta y siguiendo con su conversación que nunca llegue a adivinar sobre que trataba.

Ya en el auto, coloque la máscara del equipo de música para poder encenderlo, estaban pasando una cumbia de esas de moda, la obvie y justo al encender el auto cambie la emisora, retrocedí y partí hacia un minimarket cercano donde varias veces anteriormente había ido a comprar hielo, aunque en un par de veces que fui ya no tenían, supongo que el hielo es muy consumido los domingos, no se, esta vez iba a tentar suerte.

Durante el camino al salir del club y cruzar el puente cambiaba continuamente las emisoras de radio, pasaba rápidamente de un pop que tocaban en Planeta a un hip hop que pasaban en Studio, pasando también Ritmo romántica y Z que generalmente escucho junto a Oxígeno que es una emisora donde pasan rock de los 80s, me gusta ese rock, setentero y ochentero, continuamente he querido visitar una discoteca donde pasen sólo ese tipo de música a pesar de que no me gustan las discotecas, bueno ese es otro tema ya.
Pasando de emisora a emisora pensaba continuamente y hacía analogías probables sobre el sentido de mi comisión (traer hielo y otras cosas) y el recorrer de la vida. Se me ocurría que la vida o su transcurrir pueden ser como esta corta búsqueda banal que estaba haciendo. Lo comente luego con varias personas pero me explique de una manera pésima, espero haberla simplificado mejor.

Recorría el camino conduciendo el auto cambiando de emisoras, escuchaba tres o cuatro palabras de una canción y cambiaba de estación y así continuamente, me di cuenta pronto que llegaría al final de mi corto viaje sin haber escuchado alguna canción entera o al menos la mitad. Una canción que me guste moderadamente era suficiente pero no la hallaba y se me hacía más corto el camino, pronto con temor descubrí que no iba a escuchar ninguna canción completa porque el viaje iba a terminar pronto. Apresuradamente elegí una canción, ni siquiera me fije en que radio estaba o que programa era, la verdad ni recuerdo el género, la canción estaba avanzada poco más de la mitad pero la conocía, la había escuchado antes, tararee sus últimas estrofas junto con el coro, sonreí, cuadre el carro.

Dentro del minimarket, pedí al joven encargado que me trajera una bolsa de hielo, me miró y casi sonriendo miro a la cajera que también me observaba preguntándoles si había hielo todavía, ella le contesto que fuera a buscar. No dejo de inquietarme este cruce de palabras.
Busque rápidamente el detergente que me habían pedido, escogí uno que traía una esponjita que costaba centavos de más, fui a ver un vino tinto como me había pedido el viejo, rara fue mi sorpresa cuando pasé a la modesta bodega que tenía el establecimiento cuando descubrí un Pinot, no soy muy conocedor de vinos, me gustaría que esta simpatía se convierta en una afición, es más la información que tenía sobre el Pinot era únicamente de la película “Entre copas” (Sideways), en donde comenta sobres los vinos Pinot y su particularidad, hablan que no es una uva que crezca en cualquier parte sino que es muy delicada y requiere mucho cuidado del agricultor, hacen hincapié que no es una uva guerrera como la Cabernet que no dudo que todos hemos probado alguna vez.

Elegí el Pinot casi sin pensar, ya que no disponíamos de copas y ni estaba seguro de si era el correcto maridaje para la carne de parrilla, es más estaba tibio. Como dije anteriormente lo tome sin pensar esperando probarlo a mi regreso justo cuando el joven empleado me grita que mi hielo estaba listo en la caja.

Hago una pequeña cola de tres personas, un señor alto y con gesto disgustado que estaba comprando una bolsa de carbón, una niña con unos caramelos y una señora que no se decidía aún por un molde de pizza, y hacía preguntas a la cajera sobre la marca, interrumpiéndola y atrasando más la cola.

El señor del carbón la observaba disgustado quizás mentándole la madre, la niña no se daba por enterada e intentaba abrir uno de lo caramelos, yo estaba más entretenido leyendo la botella del vino y no me percate el saludo de la cajera cada vez menos sonriente.

Salí con las bolsas y metí todo a la maletera del carro, subí y esta vez encendí el radio y se escuchaba una canción que me gustaba, era una de los Beatles, la comencé a tararear cuando partí mi regreso. No demoré mucho en regresar, será porque lo estaba pasando bien cantando y disfrutando del viento.


Al cruzar el puente sentí la brisa del río que cruzaba bajo mis pies, un viento fresquísimo me dio en la cara cubriendo cada parte acalorada sobre mi cuerpo, mire el horizonte y el sol de tres de la tarde nunca se vio tan hermoso como ahora, cuando me percate que la canción terminaba justo cuando estaba en medio del puente, ese momento, ese día, ese instante, sentí por primera vez en mi vida que iba a morir. Lo sentí fuertemente, aunque una sonrisa acompaño a mi descubrimiento. Respire hondo y seguí mi camino.

Todo se hizo más rápido, cuadre el carro, saque las cosas, me deshice hablándole al viejo y a sus amigos sobre las bondades del Pinot, así tengamos solo vasos de plástico. Puse el hielo en el cooler junto al vino, me serví un vaso de gaseosa pensando en lo bien que me había sentido acerca de la muerte y sobre los hechos que habían ocurrido en esa media hora, cuando de repente el viejo me grita desde lejos como lo hizo hace un rato, había olvidado las servilletas.

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