06 junio 2009

Ficha técnica

No podría decir que soy un escritor mediocre, porque, por último, ni siquiera puedo decir que soy escritor –quizá sí, un mal escritor–. Aunque, en realidad, me gano la vida escribiendo estupideces. Escribo sin parar, con un ardoroso frenesí que ni yo mismo entiendo. Pero lo que escribo no lee nadie, ni siquiera mamá con su repentino e inexplicable hábito de lectura.

Tampoco puedo decir que soy un escritor frustrado, pues, como les sucede a muchos escritores, yo también he quemado etapas. He pasado de ser un escritor vehemente, que defendía con virulencia sus ideales; a ser un pusilánime, temeroso y asustadizo, es decir, un auténtico pelele, que más que certezas lo único que tiene claro son grandes incógnitas.

En otras palabras, como les sucede con los grandes escritores, solo que a la inversa, he evolucionado al revés: he involucionado. Ahora ya no estoy seguro ni de las líneas que acabo de escribir. Es una triste, cruel y amarga realidad, que no ayuda en nada y, por el contrario, medran las pocas esperanzas que me quedan de ser escritor.

Cuando digo que soy un pusilánime no exagero. Mi cobardía es notoria o palpable, porque al releer mis textos siempre me queda un tufo superficial, pueril e inconsistente, que –ahora– sienta muy bien con esta personalidad que me avergüenza.

Los deseos de, por lo menos, iniciar una puñetera novela, solo están quedando en eso, justamente, deseos. Lo peor es que, así como no tengo tiempo ni aliento para embarcarme en una empresa novelesca, la literatura light me genera los mismos obstáculos, lo cual me hace dudar, seriamente, si debiera seguir escribiendo.

Hay algo que creo compartir con muchos escritores –de los malos, claro está–. Vivo del prestado; mi vestimenta dista mucho de las onerosas; gasto las pocas monedas que tengo en cuentos, novelas y poesías; y me he conformado con una renumeración discreta.

Confieso que no me gusta escribir ensayos, porque desde hace mucho tiempo padezco de una enfermedad crónica: adoro escribir crónicas. El ensayo es un género con el que nunca me he llevado bien, aunque es, paradójicamente, el rubro mejor retribuido.

En cambio, con los cuentos me he llevado mejor, aunque sea un género vilipendiado, soslayado y venido a menos. Mis pocos textos que –creo– son presentables se ciñen a esta categoría. También he tentado la poesía, pero –para mi fortuna– descubrí pronto que no soy un poeta maldito como Rimbaud, sino un maldito poetastro.

1 comentarios:

Jorge Edin dijo...

Me parece estupenda tu autocrítica, ya que ser escritor definitivamente es ser nada, en son de broma tienta un puesto al congreso