18 julio 2009

Conjeturas

En estos tiempos, en que casi todos los escritores que gozan de fama, fortuna y prestigio son, en consecuencia, irreverentes, provocadores y desenfadados; hay muchos otros anónimos que también ansían serlos. En cambio, yo, que soy un mal escritor o un mediocre aficionado, que para la praxis es lo mismo, no siento ningún atisbo megalómano por ser irreverente, provocador y desenfadado. Por consecuencia lógica, es probable que nunca goce de fama, fortuna y prestigio.

La fama es, indudablemente, lo que menos persigo, porque creo que no resistiría el acoso endemoniado de la prensa. Me es más fácil ser un anónimo-incógnito-desconocido para andar libremente por la calle. También he llegado a la conclusión que la fortuna me importa un bledo, porque de tenerla no sabría –o no sé todavía– en qué gastarla. Del prestigio, mejor no hablo, porque es un término que para que adquiera su real dimensión siempre tiene que estar acompañado de la fama y la fortuna. Y, creo, que si algo les ha quedado claro es que no persigo ninguna de las dos cosas.

Confesar que no pretendo ser irreverente, provocador y desenfadado, para que me procuren fama y, por ende, la fortuna no es, de ningún modo, un acto heroico de lucidez, mucho menos un exceso de hipócrita confesión. Aunque sé que podría ser irreverente, quizá provocador o talvez desenfadado, es probable que no pueda ser las tres cosas a la misma vez. Entonces, aceptar que no me seduce la fama, la fortuna y el prestigio es terminar por ratificar que soy un mal o un mediocre escritor.

Sospecho que un buen escritor, no un mediocre como yo, tendría el valor de ser irreverente, de tener actitudes provocadoras y de decir las cosas con cierto desenfado. Yo, un pusilánime convicto y confeso, no tengo el valor para hacer ninguna de las tres cosas. Sí tengo, en cambio, no sé si valentía o la cobardía de confesarlo. Aunque, bien valdría decir la cobardía, porque aceptar que no puedo ser irreverente, provocador y desenfadado, es querer decir, de alguna manera, que no atrevería a intentarlo y, por añadidura, no sería jamás un escritor con fama, fortuna y prestigio.

Es posible que sea un despropósito afirmar que la irreverencia, la provocación y el desenfado sea una condición indispensable para procurarle a un escritor la fama, la fortuna y el prestigio. Sin embargo, por ahora no se me ocurre otra manera de alcanzar, por lo menos, la fama y la fortuna. El prestigio es otro cantar, y no necesariamente tiene que estar asociado a la fama y a la fortuna.

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